lunes, 21 de septiembre de 2009

Días de sobrecogimiento

Hará ya unos cuatro años que mi compadre Ramón produce una columna semanal para una institución de salud. La columna aparece bajo la firma del presidente de la misma. A mi me toca producir una versión en español de esa columna. Es una versión porque no se trata de una traducción literal. Ambos son tan amables conmigo que me dan libertad para aportar mi granito de arena. La meditación de esta semana me pareció apropiada para incluirla en este blog. Espero sea del gusto de quien la lea:

Los días sagrados de los miembros de la fe judía empezaron el viernes por la noche. “Rosh Hashanah”, el año nuevo judío, es el inicio de 10 días de arrepentimiento. Culminan con el más santo de los días del calendario judío: Yom Kippur, o “Día de Expiación”.

Estos son días de sobrecogimiento. Estos son días de reflexión y oración, lo mismo que opulentas tradiciones y festividades. Estos días proveen la oportunidad para repasar el año que ha terminado —y reconciliar los errores que se hayan hecho durante el mismo— y proveen esperanza para el año que empieza.

Al mismo tiempo que es una ocasión para la oración y la reflexión en la sinagoga, las tradiciones que se cuelan en la vida más allá de la sinagoga son fascinantes (y deliciosas). Entre las mismas se encuentran las reuniones familiares para señalar el cambio de un año a otro y las manzanas bañadas en miel y compartidas como un símbolo de la dulzura de la vida. Otra tradición requiere que los reunidos coman una fruta nueva —generalmente una granada— y repitan la oración llamada “el
Shehecheyanu”: “Bendito seas, Señor nuestro Dios, Regente del Universo, por mantenernos con vida y preservarnos y permitirnos vivir este día”.

El enfoque de la celebración tiene que ver con arrepentimiento y renovación. A través de una evaluación honesta de los eventos de los doce meses anteriores el pueblo se reúne ante Dios —buscando su misericordia y su bendición continua. No importa cual sea la actividad, el propósito es el mismo: apreciar y comprender mejor la gran misericordia y los propósitos de Dios.

Me inspira otra de las grandes oraciones que han moldeado esta antiquísima fe. Se llama el “Avienu Maleinu”, que en hebreo
significa: “Padre nuestro, Rey nuestro”. La oración es cantada a una voz por la congregación. La última estrofa dice: “Padre nuestro, Rey nuestro, agrácianos y respóndenos porque no tenemos acciones (para pedir a cambio de ellas); haz con nosotros caridad y bondad”.

lunes, 14 de septiembre de 2009