miércoles, 24 de diciembre de 2014

Si no fos per tu—lletra

Si no fos per tu, m'hauria mort de gana
abans de perdre la salut;
si no fos per tu, que em poses plat a la taula
quan d'altres per tot ajut
donen bons consells
i sàvies paraules
i et deixen sol i en dejú.

M'esperava el trist final de la cigala
si no fos per tu.

Si no fos per tu, segur que no tindria
on enfonsar les arrels
ni un cobert on raure ni una bona guia
per anar i tornar al setè cel
i els fills que escampés
no els coneixeria,
res meu viuria en ningú.

Jo seria un altre i ningú no ho sabria
si no fos per tu.

Si no fos per tu, que arreplegues els trossos
després de la tempestat
i em fas companyia quan borden els gossos
en el cor de la ciutat,
tu que del mirall
ullerós em mires
renyant-me de bon matí

per maltractar una vida que mai no tindries
si no fos per mi.

Si no fos per mi, ¿qui et rescataria
de tanta vulgaritat?
Feines, compromisos, rutines, família,
municipi i sindicat.
És per això que em dons
crèdit i valença,
casa, dona, pa i abric.

Ja m'explicaràs qui series sense
el teu íntim enemic.

Si no fos per tu—video

martes, 23 de diciembre de 2014

Tres regalos en mi lista

La mayoría disfrutamos al dar regalos y admitimos, cuando nos vemos obligados, que también disfrutamos al recibirlos. En cualquier conversación acerca de regalos y regalar siempre terminamos hablando acerca de la abundancia de los mismos. Muy cierto. Estoy de acuerdo. Mayormente.

Hay tres regalos que siempre son apreciados, siempre están a nuestro alcance para compartir y siempre escasean. Así que, con las festividades como fondo, esta es mi lista de deseos para este año.

En primer lugar en mi lista es el regalo de la bondad. ¿Qué tanto mejoraría el mundo si todos pusiésemos un poquito más de atención a las necesidades de quienes nos rodean? ¿Qué sucedería si pusiésemos el ser serviciales en primer lugar en nuestra lista diaria? Nos encanta cuando los demás nos lo demuestra y somos mejores cuando ponemos en práctica la bondad. Es el oro de los Reyes Magos en mi lista para este año.

En segundo lugar en mi lista se encuentra el regalo de la hospitalidad. De la palabra latina «hospes» tenemos palabras modernas como huésped, hotel, hospicio, hospitalidad y hospital. En sus formas más antiguas, la raíz de la palabra podía indicar huésped, visita o extranjero. Oculto en esa palabra está la idea de respetarse mutuamente, ser acogedor —incluso con los extraños— y reconocer la chispa divina dentro de cada persona con quien te encuentras. ¿Qué sucedería si cultivásemos esos valores en nuestra hospitalidad (y en nuestros hospitales)? ¿Qué si la señal de nuestra interacción mutua fuese un espíritu acogedor, una actitud de respeto y una consciencia de la humanidad que compartimos como hijos de Dios? Ese es el incienso en mi lista para este año.

En tercer lugar en mi lista se encuentra el regalo de la generosidad. No fue hasta unos 300 años atrás que la palabra generosidad empezó a ser utilizada indistintamente con caridad y liberalidad. Hoy día generosidad significa ser de buen corazón y estar dispuestos a dar de nosotros mismos a los demás más generosamente. Quizá es con bondad y hospitalidad que podemos empezar a ser más generosos. ¿Qué sucedería si fuésemos más generosos con nuestros amor, nuestra disposición a ser más comprensivos y nuestra fe en nuestra humanidad común? ¿No empezaría a desafiar el status quo de nuestra vida de manera radicalmente importante? La generosidad es la mirra de los regalos en mi lista.

La Navidad ha sido una celebración muy importante durante toda mi vida —no solamente por los regalos que damos y recibimos, sino como una celebración de la venida de Cristo al mundo.  Si te encuentras entre quienes se reunirán con su familia para celebrar el nacimiento de Jesús y las muchas bendiciones de Dios has un inventario para ver si los regalos que vas a intercambiar con tus seres queridos en honor de su nacimiento incluyen estas tres cosas: bondad, hospitalidad y generosidad.


Que seas bendecido de una manera especial en esta semana de Navidad.

El setè cel

Història certa dels set cels.
Set paradisos màgics i encantats.
Història certa dels set cels.
Set nius de pau, de glòria i de felicitat.

El primer cel és inventat:
el primer gran invent de la terrestritat.
El segon cel, imaginat
en una nit d'estiu a la vora del mar.

El tercer cel, dins d'un mirall
perfila les imatges d'un món ignorat.
I el quart cel és irreal,
com un oasi verd en un desert estrany.

Del cinquè cel res no se'n sap.
No hi ha notícies d'aquest cel tan amagat.
I el sisè cel està copiat
del cel setè que has engendrat dins del teu cap.
—Jaume Sisa

Abundancia inoportuna

¿Qué tan bueno eres para mentir?

¿Qué tan bueno para mentir eres? La mayoría de la gente piensa que son buenos para mentir pero, en realidad, no es tan fácil engañar a los demás. Hay una prueba muy fácil que puede determinar tu habilidad para mentir. Usando tu dedo índice de tu mano dominante —si eres zurdo o diestro—, dibuja una Q mayúscula en tu frente.

Algunos dibujan la Q de tal manera que ellos mismos la pueden leer. O sea, colocan la cola de la Q en el lado derecho de su frente. Otros la dibujan de tal forma que los demás la puedan leer, con la cola de la Q en el lado izquierdo de su frente. Esta prueba provee una medida aproximada del concepto conocido como «auto-evaluación». Quienes tienen un alto concepto de autoevaluación tienden a dibujar la letra Q de modo que pueda ser vista por quienes los miran de frente. Quienes tienen un bajo concepto de autoevaluación tienden a dibujar la letra Q de forma que ellos la pueden leer.

Las personas con un alto concepto de autoevaluación tienden a preocuparse por la forma como los demás los miran. Son felices al ser el centro de atención, pueden adaptar fácilmente su comportamiento para acoplarse a la situación en la que se encuentran y son habilidosos en manipular la forma como los demás los ven. Como resultado, tienden a ser buenos para mentir. En contraste, quienes tienen un concepto bajo de autoevaluación, tienden a ser la misma persona en diferentes situaciones. Su comportamiento es guiado por sus sentimientos internos y sus valores y son menos atentos al impacto que causan en los demás. Tienden a mentir menos y no son habilidosos en hacer trampa.[1]



[1]Richard Wiseman, The truth about lying and laughing, 20 de abril de 2007, theguardian.com

La parábola de los talentos

Porque el reino de los cielos es como un hombre quien, deseando un día ir a un país lejano, llamó a tres de sus ayudantes. Después de darles las instrucciones finales, el maestro sacó su billetera y dio a cada uno un cheque. Al primer ayudante le dio un cheque por diez mil talentos, al segundo ayudante le dio cinco mil talentos y al tercer ayudante le dio mil talentos.

      Al otro día, los hombres empezaron a trabajar rápidamente. El primero fue al banco y cambió el cheque por dinero en efectivo. Después fue a consultar con una firma de finanzas, llamó por teléfono a un ejecutivo bancario, consultó a un empresario petrolero y escribió a una corporación multinacional rogándoles le dieran consejo financiero.

      No satisfecho con esto, hizo que su adorable esposa preparase todo tipo de fiestas y banquetes para los ejecutivos de grandes firmas. Con el consejo, la alabanza y los insultos de los grandes del mundo de las finanzas, finalmente trazó su estrategia financiera. Sus planes serían, después de diez años, la envidia de cualquier empresario.

      El segundo ayudante no se quedó atrás. Teniendo menos capital, fue más cuidadoso. Pero esto no le evitó que lanzase algunas ideas atrevidas. Leyó todo manual acerca de «como hacerse millonario» y tomos de «los secretos del negocio de bienes raíces».

      ¿Y el último ayudante? ¿Qué podía hacer? ¿Mil talentos? ¿Qué puede uno hacer con mil talentos? El último hombre consideró qué podría hacer con sus talentos. Era imposible invertir en bienes raíces o en alguna empresa multinacional. Deliberó, consideró sus opciones y estudio todo lo que encontró a su alrededor. Por fin se le ocurrió una idea muy simple y barata de qué hacer con los mil talentos.

      Las semanas, los meses y los años pasaron lentamente. Todo marchó como fue planeado. El negocio del primer ayudante, del segundo y del tercero siguieron su marcha sin ningún problema. Poco a poco las inversiones empezaron a dar sus dividendos. Consistentemente los proyectos crecieron. Al fin de una década cada uno de los planes había llegado a su cúspide.

      Cuando el patrón regresó, estaba ansioso de ver qué había pasado. Lo primero que vio lo dejó completamente impresionado. Frente a él se levantaba un enorme complejo industrial. Edificios amplios y altos dominaban el paraje. La gente iba de un edificio a otro, llevando legajos con los planes para el futuro o cargando grandes cartones de equipo. Nadie estaba sin hacer nada.

      «Ummm», musitó el patrón. «Un ayudante muy bueno. Este hombre realmente se merece una recompensa. Pero primero tengo que hablar con él personalmente».

      «Disculpe», dijo el patrón a un guarda, «¿Podría guiarme al gerente, al dueño de esta grandiosa corporación?»

      «Lo siento, señor,» le dijo el guarda. «No desea ser molestado».

      «Dígale, entonces, que su patrón está aquí».

      «¿Su patrón? ¿Qué patrón?» Le preguntó, ansioso, el guarda. «No sabia que tuviese ningún patrón».

      «Simplemente dígale eso, él va a entender».

      «Un momento», le dijo el guarda, mientras el hombre esperaba ansioso.

      «¿Hola?… Disculpe, señor… Sí, señor… Perdone que lo moleste, señor. Pero, ah… sabe, señor, aquí está un hombre que dice que es su patrón… ¿Puede eso ser posible?… Lo comprendo muy bien, señor. Disculpe que lo haya molestado…»

      El guarda colgó el teléfono. Confrontando al hombre el guarda le dijo: «Lo siento, señor, pero el dueño dice que no lo conoce».

      El hombre no pudo ocultar su asombro. Su mente no podía comprender la reacción de su ayudante. Podía conferirle algo mucho mejor que la riqueza y el éxito. Pero había sido rechazado. Sin embargo no estaba desanimado, porque había dos ayudantes más.

      El siguiente lugar que vio era realmente hermoso. En las ondulantes colinas se podían ver casas muy elegantes y atractivas. Enormes árboles adornaban el paisaje. Niños. Gente. Un hermoso lugar donde vivir. Una colonia de primera categoría.

      En un claro, en medio de tractores y camiones, estaba un grupo de personas. El hombre se acercó al hombre con un casco de construcción. Trató de reconocerlo.

      «Disculpe, señor, ¿es usted el dueño de este hermoso lugar?»

      «¿Sí?» El joven volvió la cabeza para ver quien le hablaba.

      «¡Patrón!» Exclamó el ayudante. «Me da gusto verlo. Pensaba que ya no regresaría después de tantos años».

      «Estaba pensando en que recompensa darte», consideró el hombre, con emoción en su voz. «Creo que te voy a dar…»

      «Disculpe, patrón, pero tengo que irme. Un cliente me está esperando. Quizá podamos hablar más tarde». Apresurándose a salir, le dijo a uno de sus asociados que atendiesen al hombre.

      «¡Espera! ¡Espera! Tengo una recompensa para ti. ¿No quieres tu recompensa? ¿No la quieres?» Pero el rugido de la camioneta ahogó su voz.

      El hombre, con inseguridad, se alejó del lugar. El primer ayudante no se acordaba de él. El segundo ayudante no estaba interesado en su recompensa. ¿Cómo puede ser que no quieran su recompensa? Se preguntó en silencio. Pero aun quedaba un ayudante, quien había considerado una idea muy sencilla y barata. ¿Qué podría haber hecho con lo poco que le había dado? El hombre fue a buscar al tercer ayudante. Por fin llegó a su casa. Una casa pequeña al lado de un arroyuelo. Era una casa sencilla, con flores en el jardín y con el canto de los pajarillos que se mezclaba con el gorgoteo del arroyuelo. Un lugar callado y apartado de la algarabía de la metrópolis. Una idea muy simple. El corazón del hombre latía con ansiedad. ¿Cómo lo recibiría este ayudante? ¿Cómo lo recibiría después de haberle dejado una cantidad tan pequeña? ¿Le invitaría siquiera a entrar?


      Pero sus temores se desvanecieron inmediatamente cuando vio el letrero frente a la puerta: «Bienvenido» y, debajo del mismo, las siguientes palabras: «A mi patrón: Que pueda encontrar descanso y refrigerio en este humilde hogar después de un viaje largo y cansado».

martes, 11 de noviembre de 2014

God is a big, happy, chicken —Shalom Auslander

When Yankel Morgenstern died and went to heaven, he was surprised to find that God was a large chicken. The chicken was about 30 feet tall and spoke perfect English. He stood before a glimmering, eternal coop made of chicken wire of shimmering gold. And behold, inside, a nest of diamonds. "No freaking way," said Morgenstern. "You know," said Chicken, "that's the first thing everyone says when they meet me. 'No freaking way.' How does that make me feel?"
Morgenstern threw himself at Chicken's feet, kissing his enormous, holy claws. "Hear O Israel, the Lord is your God, the Lord is one," Morgenstern cried out. Chicken stepped back and shrugged. "Eh," he said, bobbing his enormous head. "What?" Asked Morgenstern. "I don't know. What's that supposed to do for me? Hear O Israel?" he asked. "How's it go again?" "It's Shema," Morgenstern said with hesitation, "The prayer. We say it twice a day."
Chicken stomped around in a circle before settling down in his holy nest of nests. "Yeah," he said, "I know. I've been hearing it for years. Still not sure what it means though. Hero Israel. Hero, like the sandwich?" "Not hero like the sandwich," snapped Morgenstern. He stood up, clutching his black felt hat in his hand. "Hear O Israel. It means that you are one, that you are the only, you know, God."
That last word didn't come easily. "Of course I am," said Chicken. "Do you see any other chickens around here? Hey Gabe. Gabe," called Chicken. "Is it Hero Israel, like the sandwich, or Hear O Israel?"
A stocky old man appeared from the clouds. He wore a pair of dirty Carhartt overalls and smoked a cigarette. "It's hero like the sandwich sir. You are quite correct." He turned his head sharply to Morgenstern. "Morgenstern?" he asked. "Yes." "Follow me." "Gabe," he said extending his hand to Morgenstern as they walked through the nothingness to the nowhere.
"As in Gabriel, right?" asked Morgenstern. "Right," said Gabe. "I'm sort of the head ranch hand around here. I make sure Chicken has enough feed and water. I clean his coop. You know, general maintenance." "Couldn't the Chicken just create his own food?" asked Morgenstern. "Not the Chicken," said Gabe, "just Chicken. And no he can't create his own food. He's a chicken."
Morgenstern asked Gabe where he was taking him. "Nowhere," he said, "this is what we do here. Wherever you go, there you are." "Christ," cried Morgenstern, "you're Buddhist. Damn, I knew the Buddhists were right. Always so happy and peaceful." "He's not a Buddhist," interrupted Gabe. He paused to light a cigarette, Marlboro Reds. "He's a chicken."
"I need to go back to Earth," Morgenstern blurted out. "Earth, why?" Morgenstern turned to face Gabe. "Let me tell them, Gabe. Please, let me tell my family, just my family, Gabe. He's a chicken, not Hashem, the one true judge, not Adonai, the Lord Almighty. Oh, the years I wasted. Let me tell them so they don't have to jump through the hoops I did, trying to please some maniacal father who art in heaven. Nine children, Gabe. Nine full, happy, worry-free lives they should have. Let them drive on Saturday. Let them eat bacon. Let them get the lunch special at Red Lobster. McDonald's, Gabe. Do you have any of those fries up here? Do you? What does a hamburger with cheese taste like? Please, let me tell them Gabe."
Gabe took a long drag from his cigarette and shook his head. "They won't listen," he said. "I've tried telling a few myself. But you want to go back to Earth? Go. Go back to Earth." Morgenstern hugged Gabe tightly. "Don't you have to clear it with the Chicken?" "Not the Chicken," said Gabe. "Just Chicken. And no, I don't. Chicken doesn't care either way." He flicked his cigarette butt off to the side. He gets his feed in the morning, and his droppings cleaned in the afternoon, and that's all he really wants to know. I'll see you in a couple of years."
Morgenstern awoke. He rolled his head slowly to the side and saw his wife and daughter Hannah sitting at the table in the hospital room eating their dinner, chicken. "Don't eat," was all he could manage. His wife jumped, startled at his sudden awakening. "Bar Hashem," she clapped. "Blessed is the Lord who makes miracles happen every day. Don't shake your head, Yankel. You have tubes in your nose. Hannah come quick. Your father is alive."
His daughter approached cautiously, holding a barbecued chicken drumstick in her hand. "May Hashem grant you a full and speedy recovery," she mumbled in Yiddish while staring at her shoes. She spotted a piece of barbecued God on her blouse, picked it off with her fingers, and popped into her mouth. Morgenstern groaned and passed out.
Friday afternoon, he was back home in his very own bed. He had decided to put off telling his family about Chicken until he was out of the hospital. He would tell him tonight as they gathered around the Sabbath table. He would speak to them the word of Chicken, and they would be freed, maybe jump in the car afterwards, catch a movie.
When the sun had finally set, and the Sabbath had finally arrived, Morgenstern pulled himself into his wheelchair, took a deep breath, and rolled himself into the dining room. His wife had set the table with the good tablecloth, the good silverware, and the good glasses. He watched her light the good Sabbath candles, covering her face with her hands and silently praying to a god who wasn't there.
"Please hear my blessings," she prayed to nobody. She'd have had better luck with a handful of scratch, thought Morgenstern. Maybe some cut up apple. She turned to him with love in her eyes. "Got tsu danken," she said in Yiddish. "Thank God." She came to him, knelt beside his wheelchair, and hugged him. "I have to tell you something," he said. "I know," she sobbed into the good napkin. "I know." "I don't think you do."
He rolled away from her. "When I was dead," said Morgenstern, "I met God." "We all meet God every day," said his wife, "if only we know where to look." "No, exclaimed Morgenstern, "you're not listening. How do you think I got back here?" he asked her. "Who else but the All-Merciful would send you back to me?" She replied. He could take no more. "Who?" shouted Morgenstern as he wheeled himself around to the head of the table. "I'll tell you who."
The loud voices attracted the children. And they gathered slowly around the Sabbath table. "Let me tell you a little something about your All Knowing. Let me tell you a little something about your All Merciful." Morgenstern looked from Shmuel to Yonah to Meyer to Rivka to Dovid to Hannah to Deena to Leah to little Yichezkel. The children were all showered, their hair neatly combed, and dressed in their finest Sabbath clothes. She looked at his wife. She was wearing his favorite wig. "Children," he began. "God," he said, "is," he continued, "a," he added.
The light from the Sabbath candles flickered in the eyes of his children. Little Meyer was wearing a brand new yarmulke and couldn't stop fidgeting with it. Shmuel held a handful of Torah notes from his rabbi he would read after the meal. And the girls would be looking forward to singing their favorite Sabbath songs. "God is a what?" Asked little Hannah.
He couldn't do it. "God," Morgenstern said to his children, "is a merciful God." His wife came to his side. "He is the God of our forefathers," he continued. "Blessed is God, who in his mercy restores life to the dead." The children cheered. Morgenstern closed his eyes and hugged his children tightly. His wife bent over and kissed him gently on his forehead. "May his kindness shine down on us forever," she whispered. She smiled then, went into the kitchen, and brought out the soup. Chicken.