lunes, 6 de agosto de 2018

De Chicago a Baton Rouge… eventualmente

Eventualmente porque esto se acaba el viernes por la noche…

Es bueno que Nigel sea una persona tan educada. Porque tiene mucha razón, Lincoln es la capital de Nebraska. Es algo que sabía pero, por aquello de que la pluma es más potente que la espada, puse incorrectamente que es Omaha. Gracias, Nigel, por esa corrección.

Creo que me quedé comentando que llegamos a Chicago. Para variar antes de que se pusiese el sol. Dado que Denise iba a llegar en un vuelo tempranero el viernes por la mañana, hice una reservación en un hotel cerca de Chicago Midway International —Denise voló en Southwest Airlines y esa aerolínea no llega a O’Hare International Airport, que es el más conocido.

Camila iba manejando y yo disfrutaba de los sembradíos de maíz que, a mi parecer, siguen hasta unas cuantas millas antes de la ciudad misma. Curiosamente tuvimos que pasar de largo por la misma terminal del aeropuerto, a tal grado que pensé que había hecho reservación en el lugar incorrecto. Pero no fue así.

Estábamos tan cansados que no se nos ocurrió buscar un lugar donde comer algo antes de irnos a la cama. Cami simplemente se dio una ducha rápida —le da por hacerlo de noche, mientras que prefiero hacerlo temprano por la mañana— y se fue a la cama. Mientras tanto me conecté para hacer reservaciones en los siguientes lugares donde íbamos a quedar: Michigan City —que no está en Michigan, sino en Indiana— el viernes y sábado de noche, Memphis el domingo de noche.

Tras un ligero desayuno en el hotel, me dirigí al aeropuerto a recoger a Denise. En menos de cinco minutos estaba recogiéndola ya en la terminal. Cami se quedó durmiendo ya que no teníamos que salir del hotel hasta las 12:30. Después de dos meses sin ver a su madre, Cami tenía mucho que conversar y Denise —que me había dicho que quería dormir un rato al llegar a la habitación, antes de salir rumbo a Michigan City— terminó ayudándole a recoger sus cosas y ponerse al día con sus aventuras y travesuras en California —travesuras y aventuras de Camila, por supuesto.

Mi plan de acción era sencillo: en una ciudad como Chicago tenía que haber un buen restaurante cubano. Guiándonos por Google Maps, descubrimos que había una buena cantidad de restaurantes cubanos —de paso, el lunes antes de salir de California, mi hermano, su esposa, su nieto, Camila y yo fuimos a un restaurante semi cubano en Palm Springs, que tenía más de semi que de cubano; así que Cami y yo nos habíamos quedado con las ganas de algo cubano con sustancia.

Saliendo del hotel y manejando por ahí descubrimos que estábamos en un barrio netamente latino/hispano. Bueno, mexicano, realmente. Taquerías y birrierías al granel, lo mismo que todo tipo de bodegas y salones para las uñas y el pelo. Cami había tenido interés en arreglarse las uñas pero decidió que la comida cubana era más apetecible que pasar una media hora oliendo los químicos uñíferos.

No conociendo el área y sabiendo que las opiniones que la gente pone en cuanto a restaurantes no siempre es muy de fiar, elegí el primero que salió en Google: D’Cuba Restaurant [http://www.thedcubarestaurant.com]. Lo que nos puso a dudar algo fue por donde nos llevó mi compadre Google. De mal se fue poniendo la cosa color de hormiga en ceviche. Probablemente tratando de encontrar la manera más rápida para llevarnos, el dispositivo nos hizo ir por zonas que me hizo dudar si mi elección de restaurante había sido algo sabio. Cruzamos un puente que —evidentemente— es el lindero entre lo que es y lo que pudiese ser y el panorama cambió de nuevo. Estábamos de nuevo en una zona más decente, del tipo que uno podría salir a caminar o a cenar sin preocuparse. Por lo menos fue la impresión que nos dio.

Nuestro ángel restaurantino nos encontró estacionamiento casi frente al mismo restaurante. Como caras vemos, corazones por qué están con esa cara de hambre, nos dirigimos con las llaves del coche en la mano dispuestos a darnos la vuelta y que la tortilla se eche otra. Pero, por fuera, daba buena impresión. Solo que se veía muy solo. Por unos segundos pensé que para colmo ese sería el día que cerraban o que simplemente ya no estaban abiertos. Pero ni uno ni el dos. Una americana estaba sola al fondo comiendo algo y una señora cubana salió a recibirnos muy amablemente. Olía a limpio y a sazón cubano. Mi pregunta de rigor, al preguntarnos qué deseábamos de beber fue ¿tienen Materva? Si no tienen Materva, ¿cómo pueden pretender ser un restaurante cubano? [https://en.wikipedia.org/wiki/Materva]. ¡Por supuesto que sí! Así que nos quedamos a almorzar.

Cami pidió arroz con frijoles negros, plátanos fritos y yuca con mojo. Denise pidió croquetas de bacalao para empezar —estaban divis divis. Después pidió ropa vieja, arroz, frijoles negros y pare usted de contar. Pedí lo que siempre pido en un restaurante cubano: bisté de palomilla, arroz blanco, frijoles negros y tostones. La verdá, la verdá, es que todo estaba para rechuparse los dedos. Denise pidió un cortadito y Cami un café cubano —la mitad de un espresso y el doble en potencia—, yo, humildemente, pedí un flan de coco. Quedamos como zapos en cuaresma. O ¿será que para la pascua?

Nos dirigimos después hacia Michigan City. De lo que es propiamente Chicago tan solo lo vimos desde lejos. Cami y yo ya no estábamos para ver más, así que agarramos camino. Debido al trafico de la hora nos tardamos como dos horas en llegar, pero el local en sí está a unos 45 minutos de donde habíamos pasado la noche. Eso, según mi compadre Google Maps.

Denise salió a arreglarse las uñas y Cami y yo nos tiramos en las camas un rato. A eso de las seis salimos a la cena de los novios. Descubrimos, en las cercanías de Michigan City, que las poblaciones no cuentan con buen servicio celular. Aunque veíamos torres por todos lados, nuestros teléfonos a duras penas podían comunicarnos. No interné en el auto, para variar. Lo malo es que mi compadre Google Maps también estaba padeciendo del mal de san vito. En reversa. Nada de movimiento. Ni siquiera dentro del hotel.

Con la dirección y el corazón en la mano nos dirigimos al restaurante rogando poder encontrarlo antes de que la señal desapareciese. Llegamos sin novedad y tuvimos una cena que estuvo de medio día para abajo. Menos mal que el almuerzo estuvo fenomenal. Mi temor era cómo regresar al hotel. En el restaurante simplemente no había señal. Ya era de noche y no tenía seguridad de saber como regresar al hotel. Es lo malo de fiarse en esos aparatos mágicos que nos tienen atados de la cola. Antes uno se hacía de un mapa que mal que bien lo llevaba a donde uno quería. Y nunca nos perdíamos. ¿Cómo era eso posible? Hasta el día de hoy no tengo idea. Pero así vivíamos y ni siquiera se nos ocurría que algún día tendríamos un artefacto que serviría para tocar música, buscar donde comer, encontrar donde alojarnos, estar al día con las noticias de ultima hora, servirnos de mapa multidireccional, almacenar fotografías, ver películas… ah, ¡y hacer llamadas por teléfono!

jueves, 2 de agosto de 2018

De Lincoln a Chicago y más allá

Antes de seguir quiero hacer algunas aclaraciones.

El nombre correcto es Barstow, me parece que lo escribí mal en el documento anterior.

Camila es vegana y en McDonald’s lo que le gusta son las «hashbrowns» que sirven para el desayuno. Es papa rayada en forma de una tortilla gordita. La verdad le encantan. Pero solamente para el desayuno.

Las «escaleras» son snow fences. Gracias al enlace que nuestro buen amigo anglo ha colocado pude rectificar sus medidas: son de unos 30 a 40 pies de alto y unos 1000 de largo. Se ven por todos lados en Wyoming.

Puse que era I80, en realidad la designación correcta es I-80.

Como señalé, viajamos en el Toyota Corolla de Camila porque lo trajo a California para tener su propia «movilidad», como dicen los bolivianos. Es un carro pequeño pero da muy buen rendimiento en cuanto a kilometraje. Hubiera preferido ir en mi camioneta —es una Honda CRV—, pero eso hubiese significado que yo me hubiese tenido que quedar con su Toyota Corolla. No me hubiese molestado y hasta se lo sugerí. Pero le gusta su Corolla porque es el modelo deportivo.

Creo que lo último que comenté fue nuestra llegada a Lincoln. De Wyoming a Nebraska no se vio mucho cambio. Olvidé comentar que en Wyoming lo que crece casi exclusivamente es un arbusto pequeño llamado sagebrush [aquí lo pueden ver, lo mismo que la fauna que sostiene: http://rockies.audubon.org/sagebrush]. Por horas y horas en la carretera es lo único que se ve. Algunos parajes son algo llamativos. Cami y yo comentábamos lo barato que sería vivir en uno de esos lugares —los asentamientos humanos son realmente pequeños y se distinguen por tener arboles a su alrededor—, pero lo malo es que uno tendría que vivir ahí.

Creo haber comentado que durante toda la travesía a lo largo de Wyoming y casi todo Nebraska, no teníamos acceso al internet. La pobre Camila tuvo que pasarse buen rato escuchando a Mecano —creo que ya lo mencioné. Pero para el segundo día decidí que era hora de algo distinto y echamos mano de algunos de los CDs que yo mismo había preparado el año pasado con música de mi iTunes. Se trata de toda una mezcolanza de todo tipo de música —mayormente en inglés— que va desde los años 40 hasta el otro día. Mi compadre dice que son todos los lados B de aquellos discos de 45 que salían cuando el mundo era más sensible y respetuoso a las señales de transito.

A medio camino en Nebraska empezamos a ver los sembradíos de maíz. Más maíz de lo que uno podría imaginarse. Horas y horas de plantío tras plantío. A la distancia se veían graneros y casas habitación —granjas. Pero, a diferencia de las películas en las que los granjeros siembran su maíz y tienen también ganado, gallinas, etc., no se veía nada por el estilo. Simplemente las casas y los graneros. Ni una sola alma ni siquiera por casualidad en el campo. Nos preguntamos qué hace esa gente entre la siembra del maíz y la cosecha, ¿ver la tele? ¿se van a Los Angeles? ¿a Las Vegas a los Casinos?

Para cuando llegamos a Lincoln ya era después de media noche. El hotel tenía buena vista de lejos pero por dentro daba mucho que desear. Pero, cuando uno está cansado no le ve el diente al caballo del vecino. Simplemente nos fuimos a la cama. Mis planes eran despertar temprano y trabajar un poco en la computadora. Para cuando desperté era casi hora de mi reunión con la casa distribuidora de libros. Así que fui a tomar café y un pan con mantequilla después de una ducha rápida.

La oficina no está muy lejos del hotel donde quedamos. Es un negocio que se llama AdventSource y surten a todo Norteamérica y hasta el extranjero con material didáctico. Uno de sus mayores clientes es el equivalente a los Boy Scouts de nuestra iglesia. En nuestro caso se les llama Conquistadores. Pero es la misma vaina. Se trata de clubs de jovencitos e jovencitas que se reúnen cada semana para aprender manualidades, hacer practicas de ejercicio, aprender a marchar, algunos tienen hasta una banda de guerra y ganan distintivos que ponen en su franja. Hay miles de distintivos que pueden ganar al tomar clases —desde pintura hasta hacer nudos, pasando por alpinismo y esquiar. Pusimos a Cami en el club de nuestra iglesia en Beltsville y nunca le gustó. Hasta fui a acampar con ella un fin de semana. Después de eso me dijo, papi, gracias por ir conmigo pero no quiero volver. Ese fue el final de su participación en el grupo de Conquistadores [en inglés se llaman Pathfinders y van desde cuando los chicos tienen unos 10 años hasta gentes ya mayores; para los más pequeños tienen lo que les llaman Adventurers]. AdventSource se encarga de proveer todo lo necesario para todos esos clubs a lo largo de la unión americana y en ultramar.

Una de las cosas en las que empecé a participar desde hace poco más de un año con este lugar donde trabajo ahora es la producción de libros. Algunos de ustedes colaboraron el año pasado leyendo y dando su opinión sobre uno de ellos y Beatriz me ha ayudado revisando mi español algo entumido. Gracias, Betty, por tu valiosa ayuda.

Pues AdventSource se ha ofrecido para ser la casa distribuidora de nuestros libros. Contamos con unos ocho libros en inglés y unos cuatro en español. Ahora mismo hay tres libros bajo producción y uno de ellos ya está a la venta. Son temas que interesan mayormente a adventistas y que Beatriz ha llegado a conocer más que muchos adventistas. ¿No es cierto, Betty?

Me reuní con el director de AdventSource y con su asistente para sentar las bases de nuestra relación y de su relación con los escritores de los libros. Ellos se van a encargar de enviar libros y hacer los cobros y encargarse de las regalías a los autores. Así que fue algo aburrido en lo que Cami no participó, con dolor de mi corazón la dejé durmiendo. Con dolor de mi corazón porque me hubiese gustado haberme quedado durmiendo también.

De regreso al hotel, Cami ya estaba lista y buscamos un lugar donde almorzar. Como en Lincoln si funciona el interné, Cami puso dedos a la obra y encontró uno de sus lugares preferidos: Mellow Mashroom. Se trata de un lugar de comida italiana —mayormente pizza— que también cuenta con una buena cantidad de productos veganos. Así que fuimos a ese local. Pedí un pedazo de pizza y una ensalada, Cami pidió un sándwich de no-sé-qué pero me dijo que estaba muy bueno, con sus correspondientes papas.

Salimos rumbo a Chicago como a eso de la una de la tarde.

De paso, durante todo ese recorrido, desde que salimos de Salt Lake City hasta que llegamos a Lincoln, esa fue la primera ciudad que podría calificarse como tal. Por el resto del camino —caballero, estamos hablando de más de 12 horas en la carretera— lo único que vimos fue algunos asentamientos humanos, como le llamé durante todo ese recorrido.

Lincoln, de paso, tiene ese nombre por el presidente de los EE.UU., incluso en varios otros lugares en Nebraska vimos estatuas dedicadas el asesinado presidente. No tengo idea por qué. Illinois se considera «The Land of Lincoln», pues aunque no nació ahí, trabajaba en ese estado cuando fue electo presidente y sus restos están por ahí en alguna ciudad —Springfield, como a una hora al sur de Chicago [de paso, viendo el mapa, pasamos por ahí cerca y no se me ocurrió ni de casualidad haber parado].

Omaha, la capital de Nebraska, está a menos de una hora al este de Lincoln. El estado de Iowa viene después. ¿Adivinen qué? ¡Más sembradíos de maíz! Maíz y maíz hasta decir basta. De tanto en tanto me pareció que había también soya —¿soja, para algunos?— pero muy poco en comparación. 

Antes de llegar a Des Moines, paramos a echar gasolina y a estirar las piernas —eufemismo por hacer del uno y del dos, que también son eufemismos [¡ay, Eufemia! ¿on tás, corazón?]. Resultó tratarse de la mayor gasolinera de todo el estado de Iowa. Se encuentra en Walcott. Orgullosamente lo proclamaba un enorme mural dentro del local [caballero, si le interesa, lo puede ver aquí: https://www.tripadvisor.com/LocationPhotoDirectLink-g38490-d2207120-i41454143-Iowa_80_World_s_Largest_Truck_Stop-Walcott_Iowa.html].

La carretera pasa por Des Moines, donde no hubo mucho que ver, seguido de Moline —donde tampoco hubo mucho que ver.

Para entonces nos llamó la atención que los sembradíos de maíz llegaban hasta casi las ciudades mismas. No es algo a lo que estamos acostumbrados. En DC, por ejemplo, a varias horas antes de llegar a la ciudad ya está todo poblado. Viajando de casa en Beltsville, yendo hacia la Florida, tardábamos de dos a tres horas para salir de lo que sería la greater DC area —pónganmelo en castellano, que no sé con que salsa se come eso—. Pero en esos lugares estaba un maizal y a la vuelta empieza la ciudad.

De plano, decidimos, no somos gente de campo.

Casi al caer la noche nos acercábamos a Chicago. Las señales en la carretera indicaban que estábamos a menos de 20 millas de distancia. Pero los maizales no cesaban. Maíz y maíz. ¿Será posible que incluso se aplique a Chicago? ¿Será que hay maizales casi hasta llegar a la ciudad? No exactamente, pero casi.

Llegamos al hotel a eso de las ocho de la noche. Denise estaba llegando en un vuelo el viernes por la mañana a Midway, uno de los aeropuertos de esa ciudad, así que hice la reservación cercana al mismo. No me falló. El hotel estaba a escasos kilómetros del aeropuerto.

Todo esto ya me ha dado sueño. Así que, como hicimos hace ya casi una semana atrás, aquí voy a dejar este chorizo. Si me aburro más tarde, les envío la siguiente porción. Falta todavía la visita al arco de St. Louis y la visita a Graceland el día de mi cumpleaños.

lunes, 30 de julio de 2018

De California a Nebraska

Ha sido una experiencia muy especial. Empezando el martes, 24 de julio. Camila y yo salimos de Thousand Oaks el 27 de julio y pasamos el fin de semana en Beaumont, California, en casa de mi hermano Alfonso. Camila vino a pasar el verano en California supuestamente atendiendo a los hijos de mi sobrino. Mi sobrino y su esposa viven con mi hermano mientras compran una casa. La casa de mi hermano es enorme, así que por espacio no hay problema.

Camila terminó vacacionando. Me visitó en un par de ocasiones en Thousand Oaks —pasamos juntos el fin de semana del 4 de julio y eso fue algo también memorable. Pudo pasar tiempo con mi familia, que ha sido algo muy raro durante todos estos años, debido a que hemos vivido mayormente en el este y el sur del país y ellos han vivido —y viven— en el oeste. En este país las distancias, como ya saben, son enormes.

El martes del inicio de nuestro viaje no despuntó muy mañanero. Como a eso de las 8 o las 9 salimos a desayunar con mi hermano —le encanta salir a comer fuera— y de regreso a casa Cami hizo maletas. A eso de las 11 estuvo lista pero me pidió si podíamos ir a Palm Springs para comprar algunas cosillas para llevar a sus amigas —Palm Springs está a una media hora al este de Beaumont.

A eso de las 12 iniciamos nuestro viaje.

En pocos minutos estuvimos en la cresta de lo más alto de las montañas de San Bernardino. Unos 8,000 pies de altura y la entrada a lo que se le conoce como el High Desert. A unas dos horas se encuentra Barstwo, la «capital» de ese High Desert y el inicio del Mojave Desert, conocido también como Death Valley. La temperatura subió rápidamente a 120 grados farenheit. Se mantuvo así en todo el recorrido a Las Vegas. Ese trayecto a cambiado algo desde los 80, cuando acostumbrábamos ir los fines de semana. Hay más lugares donde parar —gasolineras, mayormente. Cami estaba asombrada de que, después de haber llegado a los 8,000 pies de altura, seguíamos subiendo.

Después de cuatro horas —más o menos, ¿quién se fija en esos detalles?— llegamos a Las Vegas. Nos quedaban muchas horas antes de llegar a Salt Lake City así que le sugerí buscar un lugar donde comer —vegano, por supuesto. Encontró un restaurante mexicano que resultó ser excelente. Cami pidió un burrito que resultó ser gigantesco y yo pedí enmoladas. Todo delicioso y terriblemente picante.

Partimos de Las Vegas rumbo a SLC. Los parajes desérticos todavía me parecen muy novedosos y hasta algo románticos, con su misteriosa falta de agua y los escombros de lo que alguna vez fue la vivienda o el negocio de alguien a lo lado de la carretera. Por alguna razón estuve pendiente del termostato del auto, porque no hace mucho me tocó ver a un camión consumido por el fuego debido a que el motor se le sobrecalentó. Pero no hubo problema alguno por ese rumbo.

Al poco tiempo, escuchando a Mecano, Cami se quedó dormida. Traté de imaginar, mientras subía y bajaba por las montañas de Nevada y entraba a Utah, lo hermoso que sería todo eso de día. La carretera estaba casi completamente como lo que me rodeaba —desierta. En una parada de refrescamiento —ir al baño y echar gasolina— llamé al hotel para notificar que llegaríamos tarde. Llegamos al hotel en las afueras de SLC a las 2:15 de la madrugada.

Para las ocho ya estábamos en camino. La verdad no recuerdo si comimos algo en el hotel o si paramos en un McDonald’s, debí de haber sido más cuidadoso en eso y tomar nota. A los pocos minutos la carretera se desvió y tan solo pudimos ver a SLC desde lo lejos. En algún momento habíamos hecho planes para visitar el templo mormón, pero ni siquiera se nos ocurrió en esa mañana. Teníamos todavía muchas horas de recorrido por delante. En Barstow compramos una hielera que llenamos de hielo y agua mineral, que fue lo que estuvimos consumiendo todo el camino. El paisaje continuaba siendo desértico y despoblado, aunque en algunos parajes se veían pinares que evidentemente eran el refugio de quienes en invierno asisten a esquiar por esas montañas.

Como yo manejaba, seguíamos escuchando a Mecano. Hasta que Cami dijo, papi, ya está bien y empezamos a escuchar programas de podcasts. La verdad nos sorprendió lo cerca que está la frontera con Wyoming de SLC. Paramos a echar gasolina y mientras curioseábamos en el establecimiento me di cuenta que ya no estábamos en Utah.

Wyoming resultó ser una continuación algo muy parecida a lo que habíamos dejado en Nevada y Utah —una gran expansión vacía. Horas y horas de carretera en las que prácticamente no había nada. Nos llamó la atención una serie de estructuras a lo largo de la carretera. Unas construcciones de madera de unos 10 pies de alto y unos 150 a 200 pies de largo. Algo así como una escalera colocada de costado. Esas «escaleras» estaban una al lado de la otra, en algunos casos al lado derecho y en otros al lado izquierdo de la carretera. Tratamos de buscar en el internet qué serían esos aparatos pero no había señal —cuando yo manejaba volvíamos a Mecano o a Ana Torroja y cuando Cami manejaba a la música en algunos de sus CDs—. Se preguntarán, ¿por qué Mecano y Ana Torroja? Pues resulta que nunca había escuchado de ellos y los descubrí por casualidad, buscando lo que no se me había perdido. He tratado de llenar esa «laguna cultural» sometiendo mis horas en la carretera, poniéndome al día con su música. Fin del paréntesis musical. Empezamos a conjeturar qué serían, porque se veían por millas y millas. Lo que me vino a la mente que tendría que ver con la nieve. Casi entrando a Wyoming, nos dio la bienvenida un letrero diciendo que si las luces estaban centellantes, eso significaba que la carretera —I80, I por interstate, 80 por ir del este a oeste y viceversa— estaba cerrada debido a la nieve. Tiene que ver con la nieve, le dije a Cami. ¿Tú crees? Si, ¿qué otro objetivo podrían tener?

Por horas el paisaje no cambió casi en lo absoluto, unas colinas poco altas por las que pasa la carretera y, de tanto en tanto, unos cañoncitos por los que bajaba. Pero no se veía ni un árbol ni siquiera por casualidad. Solamente un arbusto pequeño que trataba de hacer novedoso lo monótono de todo aquello. Paramos en donde les de la gana a almorzar y un grupo de hombres procedentes de Colorado abarrotaron el local. Traté de hacer conversación con algunos de ellos pero estaban más interesados en conversar entre sí. Con todo eso, olvidé preguntar qué eran las «escaleras» aquellas. Cuando subimos al coche, se nos ocurrió ver si el internet funcionaba. Pudimos buscar sobre el misterio que nos había tenido embobados por horas.

Efectivamente. Se trata de barreras contra la nieve. No son para detener la nieve, sino para hacer que la nieve no siga de paso hacia la carretera y baje al suelo. Una especie de freno —«maneas» diría la gente de mi pueblo. Así que pudimos resolver ese misterio. Al que le interese, aquí puede leer al respecto: http://www.slate.com/blogs/browbeat/2013/08/01/snow_fences_how_do_they_work_what_are_they_where_did_they_come_from_photos.html

Wyoming se tornó en Nebraska, que siguió siendo más de lo mismo —soledad acompañada de nada. Cami y yo compartíamos sobre lo inmenso de este país y Trump y asociados quejándose acerca de los inmigrantes. Hay más espacios vacíos de lo que uno podría imaginarse.

A mitad de Wyoming estuvimos en el Continental Divide, la altura en la que las aguas empiezan a correr hacia el este o al oeste. Estábamos a más de 9,000 pies de altura. Poco después la lluvia empezó a rodearnos pero no nos tocó. Pasamos por un poblado donde había no llovido, sino nevado. Estaba todo como una postal navideña: cubierto de nieve hasta donde uno alcanzaba a ver. ¡Ni siquiera era agosto!

Al casi caer la tarde el terreno empezó a cambiar y fuimos bajando paulatinamente hasta llegar a las praderas propiamente y los sembradíos de maíz. Horas y horas, millas y millas de sembradíos de maíz. Para cuando llegamos a Lincoln, Nebraska, ya eran las 12 de la noche. Después, si me animo, sigo con este chorizo.

sábado, 14 de julio de 2018

A Real Good Samaritan

One act of kindness that befell British writer Bernard Hare in 1982 changed him profoundly. Then a student living just north of London, he tells the story to inspire troubled young people to help deal with their disrupted lives.
The police called at my student hovel early evening, but I didn't answer as I thought they'd come to evict me. I hadn't paid my rent in months. 
But then I got to thinking: my mum hadn't been too good and what if it was something about her? 
We had no phone in the hovel and mobiles hadn't been invented yet, so I had to nip down the phone box. 
I rang home to Leeds to find my mother was in hospital and not expected to survive the night. "Get home, son," my dad said.
I got to the railway station to find I'd missed the last train. A train was going as far as Peterborough, but I would miss the connecting Leeds train by twenty minutes. 
I bought a ticket home and got on anyway. I was a struggling student and didn't have the money for a taxi the whole way, but I had a screwdriver in my pocket and my bunch of skeleton keys. 
I was so desperate to get home that I planned to nick a car in Peterborough, hitch hike, steal some money, something, anything. I just knew from my dad's tone of voice that my mother was going to die that night and I intended to get home if it killed me.
"Tickets, please," I heard, as I stared blankly out of the window at the passing darkness. I fumbled for my ticket and gave it to the guard when he approached. He stamped it, but then just stood there looking at me. I'd been crying, had red eyes and must have looked a fright.
"You okay?" he asked.
"Course I'm okay," I said. "Why wouldn't I be? And what's it got to do with you in any case?"
"You look awful," he said. "Is there anything I can do?"

"You could get lost and mind your own business," I said. "That'd be a big help." I wasn't in the mood for talking.
He was only a little bloke and he must have read the danger signals in my body language and tone of voice, but he sat down opposite me anyway and continued to engage me. 
"If there's a problem, I'm here to help. That's what I'm paid for."
I was a big bloke in my prime, so I thought for a second about physically sending him on his way, but somehow it didn't seem appropriate. He wasn't really doing much wrong. I was going through all the stages of grief at once: denial, anger, guilt, withdrawal, everything but acceptance. I was a bubbling cauldron of emotion and he had placed himself in my line of fire. 
The only other thing I could think of to get rid of him was to tell him my story. 
"Look, my mum's in hospital, dying, she won't survive the night, I'm going to miss the connection to Leeds at Peterborough, I'm not sure how I'm going to get home.
"It's tonight or never, I won't get another chance, I'm a bit upset, I don't really feel like talking, I'd be grateful if you'd leave me alone. Okay?"
"Okay," he said, finally getting up. "Sorry to hear that, son. I'll leave you alone then. Hope you make it home in time." Then he wandered off down the carriage back the way he came.
I continued to look out of the window at the dark. Ten minutes later, he was back at the side of my table. Oh no, I thought, here we go again. This time I really am going to rag him down the train.
He touched my arm. "Listen, when we get to Peterborough, shoot straight over to Platform One as quick as you like. The Leeds train'll be there."
I looked at him dumbfounded. It wasn't really registering. "Come again," I said, stupidly. "What do you mean? Is it late, or something?"
"No, it isn't late," he said, defensively, as if he really cared whether trains were late or not. "No, I've just radioed Peterborough. They're going to hold the train up for you. As soon as you get on, it goes. 
"Everyone will be complaining about how late it is, but let's not worry about that on this occasion. You'll get home and that's the main thing. Good luck and God bless." 
Then he was off down the train again. "Tickets, please. Any more tickets now?"
I suddenly realised what a top-class, fully-fledged doilem I was and chased him down the train. I wanted to give him all the money from my wallet, my driver's licence, my keys, but I knew he would be offended. 
I caught him up and grabbed his arm. "Oh, er, I just wanted to…" I was suddenly speechless. "I, erm…"
"It's okay," he said. "Not a problem." He had a warm smile on his face and true compassion in his eyes. He was a good man for its own sake and required nothing in return.
"I wish I had some way to thank you," I said. "I appreciate what you've done."
"Not a problem," he said again. "If you feel the need to thank me, the next time you see someone in trouble, you help them out. That will pay me back amply. 
"Tell them to pay you back the same way and soon the world will be a better place."
I was at my mother's side when she died in the early hours of the morning. Even now, I can't think of her without remembering the Good Conductor on that late-night train to Peterborough and, to this day, I won't hear a bad word said about British Rail.
My meeting with the Good Conductor changed me from a selfish, potentially violent hedonist into a decent human being, but it took time. 
"I've paid him back a thousand times since then," I tell the young people I work with, "and I'll keep on doing so till the day I die. You don't owe me nothing. Nothing at all." 
"And if you think you do, I'd give you the same advice the Good Conductor gave me. Pass it down the line."

No greater love

He was driving home one evening, on a two-lane country road. Work, in this small mid-western community, was almost as slow as his beat-up Pontiac. But he never quit looking. Ever since the Levi’s factory closed, he'd been unemployed, and with winter raging on, the chill had finally hit home. It was a lonely road. Not very many people had a reason to be on it, unless they were leaving. Most of his friends had already left. They had families to feed and dreams to fulfill. But he stayed on. After all, this was where he buried his mother and father. He was born here and knew the country.

He could go down this road blind, and tell you what was on either side, and with his headlights not working, that came in handy. It was starting to get dark and light snow flurries were coming down. He'd better get a move on.

You know, he almost didn't see the old lady, stranded on the side of the road. But even in the dim light of day, he could see she needed help. So he pulled up in front of her Mercedes and got out. His Pontiac was still sputtering when he approached her.

Even with the smile on his face, she was worried. No one had stopped to help for the last hour or so. Was he going to hurt her? He didn't look safe, he looked poor and hungry. He could see that she was frightened, standing out there in the cold. He knew how she felt. It was that chill that only fear can put in you. He said, “I'm here to help you ma’am. Why don't you wait in the car where it's warm. By the way, my name is Joe.”

Well, all she had was a flat tire, but for an old lady, that was bad enough. Joe crawled under the car looking for a place to put the jack, skinning his knuckles a time or two. Soon he was able to change the tire. But he had to get dirty and his hands hurt. As he was tightening up the lug nuts, she rolled down her window and began to talk to him. She told him that she was from St. Louis and was only just passing through. She couldn't thank him enough for coming to her aid. Joe just smiled as he closed her trunk.

She asked him how much she owed him. Any amount would have been all right with her. She had already imagined all the awful things that could have happened had he not stopped. Joe never thought twice about the money. This was not a job to him. This was helping someone in need, and God knows there were plenty who had given him a hand in the past. He had lived his whole life that way, and it never occurred to him to act any other way. He told her that if she really wanted to pay him back, the next time she saw someone who needed help, she could give that person the assistance that they needed, and Joe added “...and think of me.”

He waited until she started her car and drove off. It had been a cold and depressing day, but he felt good as he headed for home, disappearing into the twilight.

A few miles down the road the lady saw a small cafe. She went in to grab a bite to eat, and take the chill off before she made the last leg of her trip home. It was a dingy looking restaurant. Outside were two old gas pumps. The whole scene was unfamiliar to her. The cash register was like the telephone of an out of work actor, it didn't ring much.

Her waitress came over and brought a clean towel to wipe her wet hair. She had a sweet smile, one that even being on her feet for the whole day couldn't erase. The lady noticed that the waitress was nearly eight months pregnant, but she never let the strain and aches change her attitude. The old lady wondered how someone who had so little could be so giving to a stranger. Then she remembered Joe.

After the lady finished her meal, and the waitress went to get her change from a hundred-dollar bill, the lady slipped right out the door. She was gone by the time the waitress came back. She wondered where the lady could be, then she noticed something written on a napkin. There were tears in her eyes, when she read what the lady wrote. It said, “You don't owe me a thing, I've been there too. Someone once helped me out, the way I'm helping you. If you really want to pay me back, here's what you do. Don't let the chain of love end with you.”

Well, there were tables to clear, sugar bowls to fill, and people to serve, but the waitress made it through another day. That night when she got home from work and climbed into bed, she was thinking about the money and what the lady had written. How could she have known how much she and her husband needed it?

With the baby due next month, it was going to be hard. She knew how worried her husband was, and as he lay sleeping next to her, she gave him a soft kiss and whispered soft and low, “Everything's gonna be alright, I love you Joe.”


domingo, 8 de julio de 2018

Mundo maravilloso

Mientras escuchaba las noticias en la radio el otro día, decidí que era tiempo de seguir el consejo de Louis Armstrong. Era tiempo de hacer un ajuste de perspectiva. Así que hice un cambio mental de los inquietantes informes al suave sonido de Michael Buble, y recordé la grabación del clásico de Louis “Satchmo” Armstrong, “What a Wonderful World” (Que mundo tan maravilloso). ¿Viene a tu mente el origen de las palabras conforme las lees?

            Veo árboles verdes, también rosas rojas.
            Las veo florecer por mi y por ti.
            Y me digo a mi mismo, que mundo tan maravilloso.

            Veo los cielos azules y las nubes blancas,
            El bendito día brillante y la sagrada noche oscura.
            Y me digo a mi mismo, que mundo tan maravilloso.

“What a wonderful World” fue escrito especialmente para Louis Armstrong por George Weiss y Bob Thiele, ya que Armstrong quería grabar una canción en celebración de los gozos ordinarios de la vida diaria. La pieza salió al mercado en 1968, durante un periodo cargado de disturbios raciales y políticos. Satchmo quería que quienes lo escuchasen recordasen lo que él siempre trató de recordar —“qué mundo tan maravilloso”.

            Los colores del arco iris tan bonitos en el cielo
            Están también en los rostros de la gente que pasa.
            Veo amigos dándose un apretón de manos, diciendo “¿cómo estás?”
            En realidad están diciendo “te amo”.

            Escucho a los bebés llorando, los veo crecer.
            Están aprendiendo más de lo que se imaginan.
            Y me digo a mi mismo, que mundo tan maravilloso.
            Sí, me digo a mi mismo, que mundo tan maravilloso.

A través de los años la canción se ha convertido en una de las más populares y cada vez que otro artista la graba descubrimos algo nuevo que nos llama la atención. Hay quienes piensan que la versión de Louis Armstrong es la mejor de todas. Otros juran que es la forma como Willie Nelson la canta, o Eva Cassidy. Siempre me ha gustado la forma como Iz la incorporó al principio de un potpurrí que empieza con “Somewhere Over the Rainbow” (En alguna parte más allá del arco iris), una versión que ha sido muy usada en películas y en la televisión. Hay incluso una grabación estilo rock-and-roll por Joel Ramone de esa canción. Pero mi favorita es la del cantante canadiense Michael Buble.

Después de las tragedias de 9/11 esta es una de las canciones que fue puesta en la lista de canciones que no se deberían de tocar en las estaciones de radio. Pero, ante la gran calamidad, pronto volvió a estar en el aire —no porque ignora las malas noticias del mundo, sino porque nos pide que pongamos nuestra atención en el futuro y nos asegura que el futuro está pleno de maravilla, gracia, afecto humano, crecimiento y posibilidades.

En mi mente la letra de la canción está basada en las palabras de Isaias 43:18, 19 que proclama: «Olviden las cosas de antaño; ya no vivan en el pasado. ¡Voy a hacer algo nuevo! Ya está sucediendo, ¿no se dan cuenta? Estoy abriendo un camino en el desierto, y ríos en lugares desolados”.

Estas palabras fueron escritas cuando la nación israelita había experimentado una trágica pérdida de vida y propiedades, cuando habían pasado por guerra y cautiverio, cuando habían vivido con el chasqueo y el desconsuelo de cada día. Esas palabras nos piden que lo hagamos de nuevo y las palabras de “What a wonderful World” nos piden lo mismo.


He aquí una premisa llena de gracia: Dios continúa trabajando en nuestro mundo y en nuestras vidas. Cuando abrimos nuestros corazones para ver y oír, cuando experimentamos su gracia, esta fluye a nuestras vidas de maneras inesperadas. Algunas veces se manifiesta en un pequeñito rayo de luz. Algunas veces es la luz del sol, que llena el firmamento. Algunas veces es la pequeña voz en nuestro corazón y algunas veces es como un trueno. Algunas veces es como oír a Louis Armstrong cantando “What a wonderful World”. Puedo oírlo cantando ahora mismo.