lunes, 6 de agosto de 2018

De Chicago a Baton Rouge… eventualmente

Eventualmente porque esto se acaba el viernes por la noche…

Es bueno que Nigel sea una persona tan educada. Porque tiene mucha razón, Lincoln es la capital de Nebraska. Es algo que sabía pero, por aquello de que la pluma es más potente que la espada, puse incorrectamente que es Omaha. Gracias, Nigel, por esa corrección.

Creo que me quedé comentando que llegamos a Chicago. Para variar antes de que se pusiese el sol. Dado que Denise iba a llegar en un vuelo tempranero el viernes por la mañana, hice una reservación en un hotel cerca de Chicago Midway International —Denise voló en Southwest Airlines y esa aerolínea no llega a O’Hare International Airport, que es el más conocido.

Camila iba manejando y yo disfrutaba de los sembradíos de maíz que, a mi parecer, siguen hasta unas cuantas millas antes de la ciudad misma. Curiosamente tuvimos que pasar de largo por la misma terminal del aeropuerto, a tal grado que pensé que había hecho reservación en el lugar incorrecto. Pero no fue así.

Estábamos tan cansados que no se nos ocurrió buscar un lugar donde comer algo antes de irnos a la cama. Cami simplemente se dio una ducha rápida —le da por hacerlo de noche, mientras que prefiero hacerlo temprano por la mañana— y se fue a la cama. Mientras tanto me conecté para hacer reservaciones en los siguientes lugares donde íbamos a quedar: Michigan City —que no está en Michigan, sino en Indiana— el viernes y sábado de noche, Memphis el domingo de noche.

Tras un ligero desayuno en el hotel, me dirigí al aeropuerto a recoger a Denise. En menos de cinco minutos estaba recogiéndola ya en la terminal. Cami se quedó durmiendo ya que no teníamos que salir del hotel hasta las 12:30. Después de dos meses sin ver a su madre, Cami tenía mucho que conversar y Denise —que me había dicho que quería dormir un rato al llegar a la habitación, antes de salir rumbo a Michigan City— terminó ayudándole a recoger sus cosas y ponerse al día con sus aventuras y travesuras en California —travesuras y aventuras de Camila, por supuesto.

Mi plan de acción era sencillo: en una ciudad como Chicago tenía que haber un buen restaurante cubano. Guiándonos por Google Maps, descubrimos que había una buena cantidad de restaurantes cubanos —de paso, el lunes antes de salir de California, mi hermano, su esposa, su nieto, Camila y yo fuimos a un restaurante semi cubano en Palm Springs, que tenía más de semi que de cubano; así que Cami y yo nos habíamos quedado con las ganas de algo cubano con sustancia.

Saliendo del hotel y manejando por ahí descubrimos que estábamos en un barrio netamente latino/hispano. Bueno, mexicano, realmente. Taquerías y birrierías al granel, lo mismo que todo tipo de bodegas y salones para las uñas y el pelo. Cami había tenido interés en arreglarse las uñas pero decidió que la comida cubana era más apetecible que pasar una media hora oliendo los químicos uñíferos.

No conociendo el área y sabiendo que las opiniones que la gente pone en cuanto a restaurantes no siempre es muy de fiar, elegí el primero que salió en Google: D’Cuba Restaurant [http://www.thedcubarestaurant.com]. Lo que nos puso a dudar algo fue por donde nos llevó mi compadre Google. De mal se fue poniendo la cosa color de hormiga en ceviche. Probablemente tratando de encontrar la manera más rápida para llevarnos, el dispositivo nos hizo ir por zonas que me hizo dudar si mi elección de restaurante había sido algo sabio. Cruzamos un puente que —evidentemente— es el lindero entre lo que es y lo que pudiese ser y el panorama cambió de nuevo. Estábamos de nuevo en una zona más decente, del tipo que uno podría salir a caminar o a cenar sin preocuparse. Por lo menos fue la impresión que nos dio.

Nuestro ángel restaurantino nos encontró estacionamiento casi frente al mismo restaurante. Como caras vemos, corazones por qué están con esa cara de hambre, nos dirigimos con las llaves del coche en la mano dispuestos a darnos la vuelta y que la tortilla se eche otra. Pero, por fuera, daba buena impresión. Solo que se veía muy solo. Por unos segundos pensé que para colmo ese sería el día que cerraban o que simplemente ya no estaban abiertos. Pero ni uno ni el dos. Una americana estaba sola al fondo comiendo algo y una señora cubana salió a recibirnos muy amablemente. Olía a limpio y a sazón cubano. Mi pregunta de rigor, al preguntarnos qué deseábamos de beber fue ¿tienen Materva? Si no tienen Materva, ¿cómo pueden pretender ser un restaurante cubano? [https://en.wikipedia.org/wiki/Materva]. ¡Por supuesto que sí! Así que nos quedamos a almorzar.

Cami pidió arroz con frijoles negros, plátanos fritos y yuca con mojo. Denise pidió croquetas de bacalao para empezar —estaban divis divis. Después pidió ropa vieja, arroz, frijoles negros y pare usted de contar. Pedí lo que siempre pido en un restaurante cubano: bisté de palomilla, arroz blanco, frijoles negros y tostones. La verdá, la verdá, es que todo estaba para rechuparse los dedos. Denise pidió un cortadito y Cami un café cubano —la mitad de un espresso y el doble en potencia—, yo, humildemente, pedí un flan de coco. Quedamos como zapos en cuaresma. O ¿será que para la pascua?

Nos dirigimos después hacia Michigan City. De lo que es propiamente Chicago tan solo lo vimos desde lejos. Cami y yo ya no estábamos para ver más, así que agarramos camino. Debido al trafico de la hora nos tardamos como dos horas en llegar, pero el local en sí está a unos 45 minutos de donde habíamos pasado la noche. Eso, según mi compadre Google Maps.

Denise salió a arreglarse las uñas y Cami y yo nos tiramos en las camas un rato. A eso de las seis salimos a la cena de los novios. Descubrimos, en las cercanías de Michigan City, que las poblaciones no cuentan con buen servicio celular. Aunque veíamos torres por todos lados, nuestros teléfonos a duras penas podían comunicarnos. No interné en el auto, para variar. Lo malo es que mi compadre Google Maps también estaba padeciendo del mal de san vito. En reversa. Nada de movimiento. Ni siquiera dentro del hotel.

Con la dirección y el corazón en la mano nos dirigimos al restaurante rogando poder encontrarlo antes de que la señal desapareciese. Llegamos sin novedad y tuvimos una cena que estuvo de medio día para abajo. Menos mal que el almuerzo estuvo fenomenal. Mi temor era cómo regresar al hotel. En el restaurante simplemente no había señal. Ya era de noche y no tenía seguridad de saber como regresar al hotel. Es lo malo de fiarse en esos aparatos mágicos que nos tienen atados de la cola. Antes uno se hacía de un mapa que mal que bien lo llevaba a donde uno quería. Y nunca nos perdíamos. ¿Cómo era eso posible? Hasta el día de hoy no tengo idea. Pero así vivíamos y ni siquiera se nos ocurría que algún día tendríamos un artefacto que serviría para tocar música, buscar donde comer, encontrar donde alojarnos, estar al día con las noticias de ultima hora, servirnos de mapa multidireccional, almacenar fotografías, ver películas… ah, ¡y hacer llamadas por teléfono!

jueves, 2 de agosto de 2018

De Lincoln a Chicago y más allá

Antes de seguir quiero hacer algunas aclaraciones.

El nombre correcto es Barstow, me parece que lo escribí mal en el documento anterior.

Camila es vegana y en McDonald’s lo que le gusta son las «hashbrowns» que sirven para el desayuno. Es papa rayada en forma de una tortilla gordita. La verdad le encantan. Pero solamente para el desayuno.

Las «escaleras» son snow fences. Gracias al enlace que nuestro buen amigo anglo ha colocado pude rectificar sus medidas: son de unos 30 a 40 pies de alto y unos 1000 de largo. Se ven por todos lados en Wyoming.

Puse que era I80, en realidad la designación correcta es I-80.

Como señalé, viajamos en el Toyota Corolla de Camila porque lo trajo a California para tener su propia «movilidad», como dicen los bolivianos. Es un carro pequeño pero da muy buen rendimiento en cuanto a kilometraje. Hubiera preferido ir en mi camioneta —es una Honda CRV—, pero eso hubiese significado que yo me hubiese tenido que quedar con su Toyota Corolla. No me hubiese molestado y hasta se lo sugerí. Pero le gusta su Corolla porque es el modelo deportivo.

Creo que lo último que comenté fue nuestra llegada a Lincoln. De Wyoming a Nebraska no se vio mucho cambio. Olvidé comentar que en Wyoming lo que crece casi exclusivamente es un arbusto pequeño llamado sagebrush [aquí lo pueden ver, lo mismo que la fauna que sostiene: http://rockies.audubon.org/sagebrush]. Por horas y horas en la carretera es lo único que se ve. Algunos parajes son algo llamativos. Cami y yo comentábamos lo barato que sería vivir en uno de esos lugares —los asentamientos humanos son realmente pequeños y se distinguen por tener arboles a su alrededor—, pero lo malo es que uno tendría que vivir ahí.

Creo haber comentado que durante toda la travesía a lo largo de Wyoming y casi todo Nebraska, no teníamos acceso al internet. La pobre Camila tuvo que pasarse buen rato escuchando a Mecano —creo que ya lo mencioné. Pero para el segundo día decidí que era hora de algo distinto y echamos mano de algunos de los CDs que yo mismo había preparado el año pasado con música de mi iTunes. Se trata de toda una mezcolanza de todo tipo de música —mayormente en inglés— que va desde los años 40 hasta el otro día. Mi compadre dice que son todos los lados B de aquellos discos de 45 que salían cuando el mundo era más sensible y respetuoso a las señales de transito.

A medio camino en Nebraska empezamos a ver los sembradíos de maíz. Más maíz de lo que uno podría imaginarse. Horas y horas de plantío tras plantío. A la distancia se veían graneros y casas habitación —granjas. Pero, a diferencia de las películas en las que los granjeros siembran su maíz y tienen también ganado, gallinas, etc., no se veía nada por el estilo. Simplemente las casas y los graneros. Ni una sola alma ni siquiera por casualidad en el campo. Nos preguntamos qué hace esa gente entre la siembra del maíz y la cosecha, ¿ver la tele? ¿se van a Los Angeles? ¿a Las Vegas a los Casinos?

Para cuando llegamos a Lincoln ya era después de media noche. El hotel tenía buena vista de lejos pero por dentro daba mucho que desear. Pero, cuando uno está cansado no le ve el diente al caballo del vecino. Simplemente nos fuimos a la cama. Mis planes eran despertar temprano y trabajar un poco en la computadora. Para cuando desperté era casi hora de mi reunión con la casa distribuidora de libros. Así que fui a tomar café y un pan con mantequilla después de una ducha rápida.

La oficina no está muy lejos del hotel donde quedamos. Es un negocio que se llama AdventSource y surten a todo Norteamérica y hasta el extranjero con material didáctico. Uno de sus mayores clientes es el equivalente a los Boy Scouts de nuestra iglesia. En nuestro caso se les llama Conquistadores. Pero es la misma vaina. Se trata de clubs de jovencitos e jovencitas que se reúnen cada semana para aprender manualidades, hacer practicas de ejercicio, aprender a marchar, algunos tienen hasta una banda de guerra y ganan distintivos que ponen en su franja. Hay miles de distintivos que pueden ganar al tomar clases —desde pintura hasta hacer nudos, pasando por alpinismo y esquiar. Pusimos a Cami en el club de nuestra iglesia en Beltsville y nunca le gustó. Hasta fui a acampar con ella un fin de semana. Después de eso me dijo, papi, gracias por ir conmigo pero no quiero volver. Ese fue el final de su participación en el grupo de Conquistadores [en inglés se llaman Pathfinders y van desde cuando los chicos tienen unos 10 años hasta gentes ya mayores; para los más pequeños tienen lo que les llaman Adventurers]. AdventSource se encarga de proveer todo lo necesario para todos esos clubs a lo largo de la unión americana y en ultramar.

Una de las cosas en las que empecé a participar desde hace poco más de un año con este lugar donde trabajo ahora es la producción de libros. Algunos de ustedes colaboraron el año pasado leyendo y dando su opinión sobre uno de ellos y Beatriz me ha ayudado revisando mi español algo entumido. Gracias, Betty, por tu valiosa ayuda.

Pues AdventSource se ha ofrecido para ser la casa distribuidora de nuestros libros. Contamos con unos ocho libros en inglés y unos cuatro en español. Ahora mismo hay tres libros bajo producción y uno de ellos ya está a la venta. Son temas que interesan mayormente a adventistas y que Beatriz ha llegado a conocer más que muchos adventistas. ¿No es cierto, Betty?

Me reuní con el director de AdventSource y con su asistente para sentar las bases de nuestra relación y de su relación con los escritores de los libros. Ellos se van a encargar de enviar libros y hacer los cobros y encargarse de las regalías a los autores. Así que fue algo aburrido en lo que Cami no participó, con dolor de mi corazón la dejé durmiendo. Con dolor de mi corazón porque me hubiese gustado haberme quedado durmiendo también.

De regreso al hotel, Cami ya estaba lista y buscamos un lugar donde almorzar. Como en Lincoln si funciona el interné, Cami puso dedos a la obra y encontró uno de sus lugares preferidos: Mellow Mashroom. Se trata de un lugar de comida italiana —mayormente pizza— que también cuenta con una buena cantidad de productos veganos. Así que fuimos a ese local. Pedí un pedazo de pizza y una ensalada, Cami pidió un sándwich de no-sé-qué pero me dijo que estaba muy bueno, con sus correspondientes papas.

Salimos rumbo a Chicago como a eso de la una de la tarde.

De paso, durante todo ese recorrido, desde que salimos de Salt Lake City hasta que llegamos a Lincoln, esa fue la primera ciudad que podría calificarse como tal. Por el resto del camino —caballero, estamos hablando de más de 12 horas en la carretera— lo único que vimos fue algunos asentamientos humanos, como le llamé durante todo ese recorrido.

Lincoln, de paso, tiene ese nombre por el presidente de los EE.UU., incluso en varios otros lugares en Nebraska vimos estatuas dedicadas el asesinado presidente. No tengo idea por qué. Illinois se considera «The Land of Lincoln», pues aunque no nació ahí, trabajaba en ese estado cuando fue electo presidente y sus restos están por ahí en alguna ciudad —Springfield, como a una hora al sur de Chicago [de paso, viendo el mapa, pasamos por ahí cerca y no se me ocurrió ni de casualidad haber parado].

Omaha, la capital de Nebraska, está a menos de una hora al este de Lincoln. El estado de Iowa viene después. ¿Adivinen qué? ¡Más sembradíos de maíz! Maíz y maíz hasta decir basta. De tanto en tanto me pareció que había también soya —¿soja, para algunos?— pero muy poco en comparación. 

Antes de llegar a Des Moines, paramos a echar gasolina y a estirar las piernas —eufemismo por hacer del uno y del dos, que también son eufemismos [¡ay, Eufemia! ¿on tás, corazón?]. Resultó tratarse de la mayor gasolinera de todo el estado de Iowa. Se encuentra en Walcott. Orgullosamente lo proclamaba un enorme mural dentro del local [caballero, si le interesa, lo puede ver aquí: https://www.tripadvisor.com/LocationPhotoDirectLink-g38490-d2207120-i41454143-Iowa_80_World_s_Largest_Truck_Stop-Walcott_Iowa.html].

La carretera pasa por Des Moines, donde no hubo mucho que ver, seguido de Moline —donde tampoco hubo mucho que ver.

Para entonces nos llamó la atención que los sembradíos de maíz llegaban hasta casi las ciudades mismas. No es algo a lo que estamos acostumbrados. En DC, por ejemplo, a varias horas antes de llegar a la ciudad ya está todo poblado. Viajando de casa en Beltsville, yendo hacia la Florida, tardábamos de dos a tres horas para salir de lo que sería la greater DC area —pónganmelo en castellano, que no sé con que salsa se come eso—. Pero en esos lugares estaba un maizal y a la vuelta empieza la ciudad.

De plano, decidimos, no somos gente de campo.

Casi al caer la noche nos acercábamos a Chicago. Las señales en la carretera indicaban que estábamos a menos de 20 millas de distancia. Pero los maizales no cesaban. Maíz y maíz. ¿Será posible que incluso se aplique a Chicago? ¿Será que hay maizales casi hasta llegar a la ciudad? No exactamente, pero casi.

Llegamos al hotel a eso de las ocho de la noche. Denise estaba llegando en un vuelo el viernes por la mañana a Midway, uno de los aeropuertos de esa ciudad, así que hice la reservación cercana al mismo. No me falló. El hotel estaba a escasos kilómetros del aeropuerto.

Todo esto ya me ha dado sueño. Así que, como hicimos hace ya casi una semana atrás, aquí voy a dejar este chorizo. Si me aburro más tarde, les envío la siguiente porción. Falta todavía la visita al arco de St. Louis y la visita a Graceland el día de mi cumpleaños.