Considerando tal cosa, mi suegra vino a pasar las fiestas navideñas con nosotros. Ante ese conocimiento Willy, mi cuñado, decidió venir a pasar la Navidad también con nosotros lo mismo que su esposa y su hijo. Cocinamos un pavo que quedó de lo más sabroso. A eso le añadimos plátanos al horno, arroz con gri, un estofado de vegetales, relleno de salchichas, papas al horno, yuca con mojo, pan recién horneado . . . En fin, que nos dimos una hartada fenomenal.
No se como y de qué manera Camila no se dio cuenta de la enorme caja que había llegado una semana antes de la Noche Buena. Tampoco la vio en el garage, aunque no había manera de disimularla.
Esa noche los León decidieron abrir sus regalos pero les sugerí esperar hasta el 25 por la mañana. "¿Por qué no abrimos tan solo un regalo cada uno?" les sugerí. A Camila no le estaba gustando el asunto pues no había ninguna cosa que pareciese bicicleta en ninguna parte. ¡Ni se le ocurrió asomarse al garage! Abrimos un regalo cada uno y se fue muy molesta a dormir.
Temprano por la mañana el 25 armé la bicicleta y la coloqué frente al arbolito.
A las ocho de la mañana llamé a Camila para abrir los regalos y desayunar. No quería bajar. No tenía hambre. Tenía mucho sueño. No había dormido bien. Le dolía el estómago. Se iba a quedar en cama todo el día.
Le pedí a Sebastian, el hijo de Willy de seis años, que fuese a pedirle que bajase a abrir regalos con él.
Camila accedió porque Seb se lo pidió. Bajó a regañadientes.
¡La sorpresa que se llevó! ¡Pegó un grito que hizo ladrar a Coco!
"¿Dónde estaba, Papy? ¿Cómo yo no la ví? ¿Puedo salir a pasear ahora mismo?"
Cambió su semblante. Fue, me dijo, una Navidad perfecta.
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