Porque el reino de los cielos es como un hombre quien, deseando un día
ir a un país lejano, llamó a tres de sus ayudantes. Después de darles las
instrucciones finales, el maestro sacó su billetera y dio a cada uno un cheque.
Al primer ayudante le dio un cheque por diez mil talentos, al segundo ayudante
le dio cinco mil talentos y al tercer ayudante le dio mil talentos.
Al otro día, los hombres
empezaron a trabajar rápidamente. El primero fue al banco y cambió el cheque
por dinero en efectivo. Después fue a consultar con una firma de finanzas,
llamó por teléfono a un ejecutivo bancario, consultó a un empresario petrolero
y escribió a una corporación multinacional rogándoles le dieran consejo
financiero.
No satisfecho con esto,
hizo que su adorable esposa preparase todo tipo de fiestas y banquetes para los
ejecutivos de grandes firmas. Con el consejo, la alabanza y los insultos de los
grandes del mundo de las finanzas, finalmente trazó su estrategia financiera.
Sus planes serían, después de diez años, la envidia de cualquier empresario.
El segundo ayudante no se
quedó atrás. Teniendo menos capital, fue más cuidadoso. Pero esto no le evitó
que lanzase algunas ideas atrevidas. Leyó todo manual acerca de «como hacerse
millonario» y tomos de «los secretos del negocio de bienes raíces».
¿Y el último ayudante? ¿Qué
podía hacer? ¿Mil talentos? ¿Qué puede uno hacer con mil talentos? El último
hombre consideró qué podría hacer con sus talentos. Era imposible invertir en
bienes raíces o en alguna empresa multinacional. Deliberó, consideró sus
opciones y estudio todo lo que encontró a su alrededor. Por fin se le ocurrió
una idea muy simple y barata de qué hacer con los mil talentos.
Las semanas, los meses y
los años pasaron lentamente. Todo marchó como fue planeado. El negocio del
primer ayudante, del segundo y del tercero siguieron su marcha sin ningún
problema. Poco a poco las inversiones empezaron a dar sus dividendos.
Consistentemente los proyectos crecieron. Al fin de una década cada uno de los
planes había llegado a su cúspide.
Cuando el patrón regresó,
estaba ansioso de ver qué había pasado. Lo primero que vio lo dejó
completamente impresionado. Frente a él se levantaba un enorme complejo
industrial. Edificios amplios y altos dominaban el paraje. La gente iba de un
edificio a otro, llevando legajos con los planes para el futuro o cargando
grandes cartones de equipo. Nadie estaba sin hacer nada.
«Ummm», musitó el patrón. «Un
ayudante muy bueno. Este hombre realmente se merece una recompensa. Pero
primero tengo que hablar con él personalmente».
«Disculpe», dijo el patrón
a un guarda, «¿Podría guiarme al gerente, al dueño de esta grandiosa
corporación?»
«Lo siento, señor,» le dijo
el guarda. «No desea ser molestado».
«Dígale, entonces, que su
patrón está aquí».
«¿Su patrón? ¿Qué patrón?»
Le preguntó, ansioso, el guarda. «No sabia que tuviese ningún patrón».
«Simplemente dígale eso, él
va a entender».
«Un momento», le dijo el
guarda, mientras el hombre esperaba ansioso.
«¿Hola?… Disculpe, señor…
Sí, señor… Perdone que lo moleste, señor. Pero, ah… sabe, señor, aquí está un
hombre que dice que es su patrón… ¿Puede eso ser posible?… Lo comprendo muy
bien, señor. Disculpe que lo haya molestado…»
El guarda colgó el
teléfono. Confrontando al hombre el guarda le dijo: «Lo siento, señor, pero el
dueño dice que no lo conoce».
El hombre no pudo ocultar
su asombro. Su mente no podía comprender la reacción de su ayudante. Podía
conferirle algo mucho mejor que la riqueza y el éxito. Pero había sido
rechazado. Sin embargo no estaba desanimado, porque había dos ayudantes más.
El siguiente lugar que vio
era realmente hermoso. En las ondulantes colinas se podían ver casas muy
elegantes y atractivas. Enormes árboles adornaban el paisaje. Niños. Gente. Un
hermoso lugar donde vivir. Una colonia de primera categoría.
En un claro, en medio de
tractores y camiones, estaba un grupo de personas. El hombre se acercó al
hombre con un casco de construcción. Trató de reconocerlo.
«Disculpe, señor, ¿es usted
el dueño de este hermoso lugar?»
«¿Sí?» El joven volvió la
cabeza para ver quien le hablaba.
«¡Patrón!» Exclamó el
ayudante. «Me da gusto verlo. Pensaba que ya no regresaría después de tantos
años».
«Estaba pensando en que
recompensa darte», consideró el hombre, con emoción en su voz. «Creo que te voy
a dar…»
«Disculpe, patrón, pero
tengo que irme. Un cliente me está esperando. Quizá podamos hablar más tarde».
Apresurándose a salir, le dijo a uno de sus asociados que atendiesen al hombre.
«¡Espera! ¡Espera! Tengo
una recompensa para ti. ¿No quieres tu recompensa? ¿No la quieres?» Pero el
rugido de la camioneta ahogó su voz.
El hombre, con inseguridad,
se alejó del lugar. El primer ayudante no se acordaba de él. El segundo
ayudante no estaba interesado en su recompensa. ¿Cómo puede ser que no quieran
su recompensa? Se preguntó en silencio. Pero aun quedaba un ayudante, quien
había considerado una idea muy sencilla y barata. ¿Qué podría haber hecho con
lo poco que le había dado? El hombre fue a buscar al tercer ayudante. Por fin
llegó a su casa. Una casa pequeña al lado de un arroyuelo. Era una casa
sencilla, con flores en el jardín y con el canto de los pajarillos que se
mezclaba con el gorgoteo del arroyuelo. Un lugar callado y apartado de la
algarabía de la metrópolis. Una idea muy simple. El corazón del hombre latía
con ansiedad. ¿Cómo lo recibiría este ayudante? ¿Cómo lo recibiría después de
haberle dejado una cantidad tan pequeña? ¿Le invitaría siquiera a entrar?
Pero sus temores se
desvanecieron inmediatamente cuando vio el letrero frente a la puerta: «Bienvenido»
y, debajo del mismo, las siguientes palabras: «A mi patrón: Que pueda encontrar
descanso y refrigerio en este humilde hogar después de un viaje largo y cansado».
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