martes, 23 de diciembre de 2014

La parábola de los talentos

Porque el reino de los cielos es como un hombre quien, deseando un día ir a un país lejano, llamó a tres de sus ayudantes. Después de darles las instrucciones finales, el maestro sacó su billetera y dio a cada uno un cheque. Al primer ayudante le dio un cheque por diez mil talentos, al segundo ayudante le dio cinco mil talentos y al tercer ayudante le dio mil talentos.

      Al otro día, los hombres empezaron a trabajar rápidamente. El primero fue al banco y cambió el cheque por dinero en efectivo. Después fue a consultar con una firma de finanzas, llamó por teléfono a un ejecutivo bancario, consultó a un empresario petrolero y escribió a una corporación multinacional rogándoles le dieran consejo financiero.

      No satisfecho con esto, hizo que su adorable esposa preparase todo tipo de fiestas y banquetes para los ejecutivos de grandes firmas. Con el consejo, la alabanza y los insultos de los grandes del mundo de las finanzas, finalmente trazó su estrategia financiera. Sus planes serían, después de diez años, la envidia de cualquier empresario.

      El segundo ayudante no se quedó atrás. Teniendo menos capital, fue más cuidadoso. Pero esto no le evitó que lanzase algunas ideas atrevidas. Leyó todo manual acerca de «como hacerse millonario» y tomos de «los secretos del negocio de bienes raíces».

      ¿Y el último ayudante? ¿Qué podía hacer? ¿Mil talentos? ¿Qué puede uno hacer con mil talentos? El último hombre consideró qué podría hacer con sus talentos. Era imposible invertir en bienes raíces o en alguna empresa multinacional. Deliberó, consideró sus opciones y estudio todo lo que encontró a su alrededor. Por fin se le ocurrió una idea muy simple y barata de qué hacer con los mil talentos.

      Las semanas, los meses y los años pasaron lentamente. Todo marchó como fue planeado. El negocio del primer ayudante, del segundo y del tercero siguieron su marcha sin ningún problema. Poco a poco las inversiones empezaron a dar sus dividendos. Consistentemente los proyectos crecieron. Al fin de una década cada uno de los planes había llegado a su cúspide.

      Cuando el patrón regresó, estaba ansioso de ver qué había pasado. Lo primero que vio lo dejó completamente impresionado. Frente a él se levantaba un enorme complejo industrial. Edificios amplios y altos dominaban el paraje. La gente iba de un edificio a otro, llevando legajos con los planes para el futuro o cargando grandes cartones de equipo. Nadie estaba sin hacer nada.

      «Ummm», musitó el patrón. «Un ayudante muy bueno. Este hombre realmente se merece una recompensa. Pero primero tengo que hablar con él personalmente».

      «Disculpe», dijo el patrón a un guarda, «¿Podría guiarme al gerente, al dueño de esta grandiosa corporación?»

      «Lo siento, señor,» le dijo el guarda. «No desea ser molestado».

      «Dígale, entonces, que su patrón está aquí».

      «¿Su patrón? ¿Qué patrón?» Le preguntó, ansioso, el guarda. «No sabia que tuviese ningún patrón».

      «Simplemente dígale eso, él va a entender».

      «Un momento», le dijo el guarda, mientras el hombre esperaba ansioso.

      «¿Hola?… Disculpe, señor… Sí, señor… Perdone que lo moleste, señor. Pero, ah… sabe, señor, aquí está un hombre que dice que es su patrón… ¿Puede eso ser posible?… Lo comprendo muy bien, señor. Disculpe que lo haya molestado…»

      El guarda colgó el teléfono. Confrontando al hombre el guarda le dijo: «Lo siento, señor, pero el dueño dice que no lo conoce».

      El hombre no pudo ocultar su asombro. Su mente no podía comprender la reacción de su ayudante. Podía conferirle algo mucho mejor que la riqueza y el éxito. Pero había sido rechazado. Sin embargo no estaba desanimado, porque había dos ayudantes más.

      El siguiente lugar que vio era realmente hermoso. En las ondulantes colinas se podían ver casas muy elegantes y atractivas. Enormes árboles adornaban el paisaje. Niños. Gente. Un hermoso lugar donde vivir. Una colonia de primera categoría.

      En un claro, en medio de tractores y camiones, estaba un grupo de personas. El hombre se acercó al hombre con un casco de construcción. Trató de reconocerlo.

      «Disculpe, señor, ¿es usted el dueño de este hermoso lugar?»

      «¿Sí?» El joven volvió la cabeza para ver quien le hablaba.

      «¡Patrón!» Exclamó el ayudante. «Me da gusto verlo. Pensaba que ya no regresaría después de tantos años».

      «Estaba pensando en que recompensa darte», consideró el hombre, con emoción en su voz. «Creo que te voy a dar…»

      «Disculpe, patrón, pero tengo que irme. Un cliente me está esperando. Quizá podamos hablar más tarde». Apresurándose a salir, le dijo a uno de sus asociados que atendiesen al hombre.

      «¡Espera! ¡Espera! Tengo una recompensa para ti. ¿No quieres tu recompensa? ¿No la quieres?» Pero el rugido de la camioneta ahogó su voz.

      El hombre, con inseguridad, se alejó del lugar. El primer ayudante no se acordaba de él. El segundo ayudante no estaba interesado en su recompensa. ¿Cómo puede ser que no quieran su recompensa? Se preguntó en silencio. Pero aun quedaba un ayudante, quien había considerado una idea muy sencilla y barata. ¿Qué podría haber hecho con lo poco que le había dado? El hombre fue a buscar al tercer ayudante. Por fin llegó a su casa. Una casa pequeña al lado de un arroyuelo. Era una casa sencilla, con flores en el jardín y con el canto de los pajarillos que se mezclaba con el gorgoteo del arroyuelo. Un lugar callado y apartado de la algarabía de la metrópolis. Una idea muy simple. El corazón del hombre latía con ansiedad. ¿Cómo lo recibiría este ayudante? ¿Cómo lo recibiría después de haberle dejado una cantidad tan pequeña? ¿Le invitaría siquiera a entrar?


      Pero sus temores se desvanecieron inmediatamente cuando vio el letrero frente a la puerta: «Bienvenido» y, debajo del mismo, las siguientes palabras: «A mi patrón: Que pueda encontrar descanso y refrigerio en este humilde hogar después de un viaje largo y cansado».

No hay comentarios.: