lunes, 30 de julio de 2018

De California a Nebraska

Ha sido una experiencia muy especial. Empezando el martes, 24 de julio. Camila y yo salimos de Thousand Oaks el 27 de julio y pasamos el fin de semana en Beaumont, California, en casa de mi hermano Alfonso. Camila vino a pasar el verano en California supuestamente atendiendo a los hijos de mi sobrino. Mi sobrino y su esposa viven con mi hermano mientras compran una casa. La casa de mi hermano es enorme, así que por espacio no hay problema.

Camila terminó vacacionando. Me visitó en un par de ocasiones en Thousand Oaks —pasamos juntos el fin de semana del 4 de julio y eso fue algo también memorable. Pudo pasar tiempo con mi familia, que ha sido algo muy raro durante todos estos años, debido a que hemos vivido mayormente en el este y el sur del país y ellos han vivido —y viven— en el oeste. En este país las distancias, como ya saben, son enormes.

El martes del inicio de nuestro viaje no despuntó muy mañanero. Como a eso de las 8 o las 9 salimos a desayunar con mi hermano —le encanta salir a comer fuera— y de regreso a casa Cami hizo maletas. A eso de las 11 estuvo lista pero me pidió si podíamos ir a Palm Springs para comprar algunas cosillas para llevar a sus amigas —Palm Springs está a una media hora al este de Beaumont.

A eso de las 12 iniciamos nuestro viaje.

En pocos minutos estuvimos en la cresta de lo más alto de las montañas de San Bernardino. Unos 8,000 pies de altura y la entrada a lo que se le conoce como el High Desert. A unas dos horas se encuentra Barstwo, la «capital» de ese High Desert y el inicio del Mojave Desert, conocido también como Death Valley. La temperatura subió rápidamente a 120 grados farenheit. Se mantuvo así en todo el recorrido a Las Vegas. Ese trayecto a cambiado algo desde los 80, cuando acostumbrábamos ir los fines de semana. Hay más lugares donde parar —gasolineras, mayormente. Cami estaba asombrada de que, después de haber llegado a los 8,000 pies de altura, seguíamos subiendo.

Después de cuatro horas —más o menos, ¿quién se fija en esos detalles?— llegamos a Las Vegas. Nos quedaban muchas horas antes de llegar a Salt Lake City así que le sugerí buscar un lugar donde comer —vegano, por supuesto. Encontró un restaurante mexicano que resultó ser excelente. Cami pidió un burrito que resultó ser gigantesco y yo pedí enmoladas. Todo delicioso y terriblemente picante.

Partimos de Las Vegas rumbo a SLC. Los parajes desérticos todavía me parecen muy novedosos y hasta algo románticos, con su misteriosa falta de agua y los escombros de lo que alguna vez fue la vivienda o el negocio de alguien a lo lado de la carretera. Por alguna razón estuve pendiente del termostato del auto, porque no hace mucho me tocó ver a un camión consumido por el fuego debido a que el motor se le sobrecalentó. Pero no hubo problema alguno por ese rumbo.

Al poco tiempo, escuchando a Mecano, Cami se quedó dormida. Traté de imaginar, mientras subía y bajaba por las montañas de Nevada y entraba a Utah, lo hermoso que sería todo eso de día. La carretera estaba casi completamente como lo que me rodeaba —desierta. En una parada de refrescamiento —ir al baño y echar gasolina— llamé al hotel para notificar que llegaríamos tarde. Llegamos al hotel en las afueras de SLC a las 2:15 de la madrugada.

Para las ocho ya estábamos en camino. La verdad no recuerdo si comimos algo en el hotel o si paramos en un McDonald’s, debí de haber sido más cuidadoso en eso y tomar nota. A los pocos minutos la carretera se desvió y tan solo pudimos ver a SLC desde lo lejos. En algún momento habíamos hecho planes para visitar el templo mormón, pero ni siquiera se nos ocurrió en esa mañana. Teníamos todavía muchas horas de recorrido por delante. En Barstow compramos una hielera que llenamos de hielo y agua mineral, que fue lo que estuvimos consumiendo todo el camino. El paisaje continuaba siendo desértico y despoblado, aunque en algunos parajes se veían pinares que evidentemente eran el refugio de quienes en invierno asisten a esquiar por esas montañas.

Como yo manejaba, seguíamos escuchando a Mecano. Hasta que Cami dijo, papi, ya está bien y empezamos a escuchar programas de podcasts. La verdad nos sorprendió lo cerca que está la frontera con Wyoming de SLC. Paramos a echar gasolina y mientras curioseábamos en el establecimiento me di cuenta que ya no estábamos en Utah.

Wyoming resultó ser una continuación algo muy parecida a lo que habíamos dejado en Nevada y Utah —una gran expansión vacía. Horas y horas de carretera en las que prácticamente no había nada. Nos llamó la atención una serie de estructuras a lo largo de la carretera. Unas construcciones de madera de unos 10 pies de alto y unos 150 a 200 pies de largo. Algo así como una escalera colocada de costado. Esas «escaleras» estaban una al lado de la otra, en algunos casos al lado derecho y en otros al lado izquierdo de la carretera. Tratamos de buscar en el internet qué serían esos aparatos pero no había señal —cuando yo manejaba volvíamos a Mecano o a Ana Torroja y cuando Cami manejaba a la música en algunos de sus CDs—. Se preguntarán, ¿por qué Mecano y Ana Torroja? Pues resulta que nunca había escuchado de ellos y los descubrí por casualidad, buscando lo que no se me había perdido. He tratado de llenar esa «laguna cultural» sometiendo mis horas en la carretera, poniéndome al día con su música. Fin del paréntesis musical. Empezamos a conjeturar qué serían, porque se veían por millas y millas. Lo que me vino a la mente que tendría que ver con la nieve. Casi entrando a Wyoming, nos dio la bienvenida un letrero diciendo que si las luces estaban centellantes, eso significaba que la carretera —I80, I por interstate, 80 por ir del este a oeste y viceversa— estaba cerrada debido a la nieve. Tiene que ver con la nieve, le dije a Cami. ¿Tú crees? Si, ¿qué otro objetivo podrían tener?

Por horas el paisaje no cambió casi en lo absoluto, unas colinas poco altas por las que pasa la carretera y, de tanto en tanto, unos cañoncitos por los que bajaba. Pero no se veía ni un árbol ni siquiera por casualidad. Solamente un arbusto pequeño que trataba de hacer novedoso lo monótono de todo aquello. Paramos en donde les de la gana a almorzar y un grupo de hombres procedentes de Colorado abarrotaron el local. Traté de hacer conversación con algunos de ellos pero estaban más interesados en conversar entre sí. Con todo eso, olvidé preguntar qué eran las «escaleras» aquellas. Cuando subimos al coche, se nos ocurrió ver si el internet funcionaba. Pudimos buscar sobre el misterio que nos había tenido embobados por horas.

Efectivamente. Se trata de barreras contra la nieve. No son para detener la nieve, sino para hacer que la nieve no siga de paso hacia la carretera y baje al suelo. Una especie de freno —«maneas» diría la gente de mi pueblo. Así que pudimos resolver ese misterio. Al que le interese, aquí puede leer al respecto: http://www.slate.com/blogs/browbeat/2013/08/01/snow_fences_how_do_they_work_what_are_they_where_did_they_come_from_photos.html

Wyoming se tornó en Nebraska, que siguió siendo más de lo mismo —soledad acompañada de nada. Cami y yo compartíamos sobre lo inmenso de este país y Trump y asociados quejándose acerca de los inmigrantes. Hay más espacios vacíos de lo que uno podría imaginarse.

A mitad de Wyoming estuvimos en el Continental Divide, la altura en la que las aguas empiezan a correr hacia el este o al oeste. Estábamos a más de 9,000 pies de altura. Poco después la lluvia empezó a rodearnos pero no nos tocó. Pasamos por un poblado donde había no llovido, sino nevado. Estaba todo como una postal navideña: cubierto de nieve hasta donde uno alcanzaba a ver. ¡Ni siquiera era agosto!

Al casi caer la tarde el terreno empezó a cambiar y fuimos bajando paulatinamente hasta llegar a las praderas propiamente y los sembradíos de maíz. Horas y horas, millas y millas de sembradíos de maíz. Para cuando llegamos a Lincoln, Nebraska, ya eran las 12 de la noche. Después, si me animo, sigo con este chorizo.

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