domingo, 18 de noviembre de 2007

Serrat en Hermosillo

Carlos Sánchez, del hermoso San Luis Río Colorado, tiene un blog llamado "navajas y gemas". En su blog encontré este reportaje muy particular de la visita que hiciera Serrat a Hermosillo en el 2006. No pude menos que identificarme con sus sentimientos y recordar que cuando vi por primera vez a Serrat [por allá en el 72] el costo de la entrada eran cien pesos que para un pobre estudiante de prepa era un dineral . . .


Miércoles, febrero 08, 2006

En Hermosillo, un concierto para la aristocracia
Serrat, los piratas también te escuchamos

por Carlos Sánchez

Serrat cantó para la aristocracia. Pero no se salvó de que lo escucháramos los piratas, los sin charola, los peatones. Apenas el reloj había rebasado las ocho y cuarto de la noche y las notas de un piano iniciaron para acompañar la voz del catalán. En su concierto 100 X 100 en el auditorio Cívico de Hermosillo, los asistentes con boleto vestían de zapato de charol pa’ rriba. Los de los tenis nos quedamos afuera, a pegar el oído por la rendija de la puerta de emergencia. Pagar la más barata de las localidades bien nos hubiera dejado sin comer una semana. Trescientos noventa pesos alcanza más que para una despensa básica.

Serrat, quien se caracteriza por la revolución de su poesía hecha canción, ahora en certera paradoja, canta para los pudientes, para esos señores a los que se les llena de pobres el recibidor. Y para nosotros que prestamos el oído a las rolas de contrabando.

Entraron al concierto la presidenta municipal y su ex amigo don Pancho Búrquez, los niños necesitados del Tec de Monterrey, organizadores del evento, muchos cultos apellidos que desfilan en la nómina de la burocracia, reporteros de medios influyentes, cuyas trivias para regalar boletos aparecen en las páginas de socio cultura de sus diarios. Entraron quienes pueden siempre. Afuera escuchamos los de medios sin influencia, los loquitos que juegan a ser revolucionarios, los que todavía sueñan con un periodismo formativo, los que nunca se enteraron que Carlos Marx está muerto y enterrado.

Antes que la primera nota del concierto sonara, Fernando Durazo, maquinista de profesión, apareció en el umbral del auditorio. “¿Ya no hay boletos?”, preguntó ingenuo. Después sin pedir explicación le contó a su camarada improvisado las vicisitudes que corrió para intentar escuchar al gran Serrat.

Dijo Fernando, acomodando su gorra azul, mientras observaba sus botas de minero, que del trabajo se vino directo al auditorio. Más tarde lo alcanzaría su esposa para juntos, aunque sea en las escaleras de la entrada lateral, escuchar las rolas que desde morros aprendieron.

Un mosaico para la oreja
Encontramos, Fernando, su esposa y yo, un lugar perfecto para cerrar los ojos y abrir los oídos. Por el ala izquierda del elefante blanco, a tirabuzón logramos que el ritmo y la voz del español rebotara en nuestros pechos. Yo con la espalda acariciando el mosaico, y mi oído en la rendija que abría la puerta y el piso, anoté para la historia en mi memoria el concierto completo que esa noche de febrero Joan Manuel ofreció para la burguesía, y los piratas que nunca faltamos.

Fernando soltó su garganta y entonó la mayoría de las rolas, erguido porque a decir de él, esas aventuras, de escuchar sin ver al ídolo, son las que embellecen la vida. Se sabe todo el repertorio de Serrat, incluso en La fiesta, el fan del español corrigió un yerro del catalán. “Ese verso va en el último estribillo”, espetó el disgustado admirador del cantautor.
Cerrábamos los ojos los tres (el que escribe, Fernando y su esposa Andrea), remábamos en las notas, cantábamos y ni cómo extrañar las butacas del auditorio, el concierto fue nuestro.

Ni los multirrutas ni sus frenones, ni las siete ambulancias, ni la patrulla de la judicial, ni la pinchi barredora, ni la alarma de un Stratus, pudo desconcentrarnos. Escuchamos todo, y clarito. Serrat sigue inventando que las clases sociales no existen, pero hace hasta lo imposible ( ¿o sus administradores, representantes, explotadores?) para que los de abajo no estén entre los asistentes de sus conciertos. Joan Manuel es el primo que todos deseamos jamás se muera. Serrat fundó la libertad inteligente para mentarle la madre a los puritanos, a los tiranos dictadores profesionales del poder. Pero ahora Joan Manuel vino a Hermosillo y cantó para la aristocracia, y no precisamente la del barrio. Serrat se mofa de la gente que va bien para hacer la ola y acatar consignas. Joan Manuel debiera saber que la gente también aplaude sus discursillos simpáticos. Y que afuera los piratas se cuelgan de la necesidad de esos estudiantes revolucionarios que lo traen a la ciudad para que cante a los que mandan tocar.

Vale: acá los piratas no son los personajes de tu canción. Somos los que para siempre sonamos bofo en el interior de nuestros bolsillos. Los piratas estamos felices, Serrat. Porque te escuchamos. De barbas, y con entereza.

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