domingo, 7 de diciembre de 2008

Fábula en el bosque

Gary B. Swanson

Había una vez un arbolito cuya ambición era crecer y crecer hasta convertirse en el árbol más grande y fuerte del bosque. Miraba a los grandes árboles con sus muchas ramas y se decía así mismo: “Ya van a ver. Algún día seré el Rey de la Montaña”. Era una ambición muy grande para arbolito tan tierno y pequeño que trataba de levantarse en medio de sus gigantes vecinos.

A pesar de que le encantaba la protección de los grandes árboles, resentía el hecho de que le andaban dando consejos, tales como mantén tus hojas mirando al sol, trata de profundizar tus raíces. Esto le irritaba profundamente. Acaso no tenía él sentido común? Había un consejo que le molestaba al extremo: “no trate de crecer junto a un árbol grande. Los nutrientes del suelo no pueden alimentar árboles que crecen muy cerca el uno del otro”. Aquí fue donde el arbolito se rebeló. Estaba muy orgulloso porque estaba creciendo a la sombra de un gigante, poderoso roble cerca de la cima. Su pensamiento era que estaba creciendo protegido de los fuertes vientos, allí podría desarrollarse en un fuerte árbol hasta el día en que un rayo acabara con su vecino. Entonces el se levantaría de las sombras y llegaría a ser el rey. Sus vecinos odiaban sus pretensiones, pero el arbolito seguía creciendo. Cuando el fuerte viento venía, su vecino recibía el golpe más fuerte, cuando el granizo golpeaba la montaña, el vecino sufría la pedrera, cuando la nieve caía, las fuertes ramas del vecino protegían el arbolito. La vida era muy suave para aquel que quería ser un día el rey. No tenía mucho de que preocuparse.

Un día gris, cuando las nubes se enrollaban a través del espacio semejando una manada de búfalos, los planes del arbolito llegaron a su fase final. Rayos rompieron el espacio y golpearon el gigantesco árbol en su copa abriéndolo en dos hasta la raíz. Ah! dijo el arbolito, llegó mi oportunidad. A medida que las nubes fueron desapareciendo, el sol lanzaba rayos dorados sobre la cumbre de la montaña iluminando el arbolito como si Dios mismo estuviera ordenando su coronación.
Todos los árboles del bosque estaban impresionados. Parecía que había otra manera de llegar a ser alguien.

Al llegar el invierno, los árboles del bosque notaron que la equivocación del arbolito lo llevaba a su fin. Sin su fuerte vecino tenía que enfrentar los elementos del tiempo sin haber desarrollado la fortaleza necesaria. Ahora tendría que doblarse y torcerse bajo el rigor del viento, soportar los golpes del granizo sus débiles ramas, caer bajo el peso de la nieve! Porque había crecido muy cerca del gigante, en la superficie del suelo, el pobre arbolito no estaba preparado para la gran responsabilidad que le venía encima momentáneamente.

A medida que la nieve fue derritiéndose lentamente, deslizándose por la ladera de la montaña, el arbolito con sus ramas rotas y torcidas perdió su estabilidad y cayó sobre el suelo. En lugar de dominar la cima de la montaña por siglos como había soñado, el triste arbolito perdió su reino en menos de una estación. Los árboles centenarios movieron sus cabezas y un susurro se oyó entre las ramas —el viejo adagio pasó de un árbol a otro: “Nunca crezcas a la sombra de otro árbol”.

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