domingo, 24 de mayo de 2009

La historia de Alfredo Martínez

Su nombre era Alfredo --Alfredo Martínez, si quieres su nombre completo. Hacía mucho tiempo que se había muerto y estaba muy confundido.

Para ser francos, se había imaginado el cielo algo diferente. Había pensado que habría trompetas y coros angelicales, enormes portones de perlas, calles de oro, palacios y mansiones, vestiduras blancas y coronas, y gente que le pediría su autógrafo. Sabía que Dios tenía guardado para su pueblo cosas que iban más allá de lo que uno se puede imaginar, ¿pero esto?

"Esto," era lo que se parecía al cruce de la frontera entre Tijuana y San Isidro. Parecía una estación fronteriza de inmigración —hasta el hombre con su uniforme azul estaba allí, esperándole. Bueno, el hombre tenía unas enorme alas blancas, pero... si esto era el cielo, era suficientemente agradable, pero le faltaba algo.

"Mi nombre es Pamhairshalomoxyribonuclealleluyand... pero me puedes llamar Pancho," le dijo el ángel. "Bienvenido al reino de los cielos. Estamos felices de que estés con nosotros."

Alfredo se sintió un poco aliviado. Había, hasta entonces, tenido la terrible sospecha que estaba en el lugar equivocado... pero no, no era posible.

El ángel continuó diciendo: "Sabemos que esto es lo que anhelaste toda tu vida. vamos a ver," pausó un momento, mientras buscaba en su lista. "Ah, sí, es un privilegio. Sabemos que vas a ser muy feliz lavando platos."

La boca de Alfredo se abrió como una gruta. "¿Me quieres decir que voy a pasar la eternidad lavando platos?" preguntó indeciso.

El ángel tosió, un poco avergonzado. "Bueno, originalmente teníamos programado que fueras a pizcar espárragos y ejotes, pero hubo un... digamos, un corto atraso... Bueno, no importa. Lo importante es que estás aquí." Alfredo miró con incredulidad a su alrededor. ¿Aquí? ¿Qué o dónde era aquí? ¿Lavar platos? ¿Pizcar espárragos? ¿Dónde estaba su túnica blanca, su corona, su arpa? ¿Dónde estaba su túnica? Aquí estaba, parado frente a las puertas del cielo (o al menos pensó que eran las puertas del cielo), vestido con un overall, zapatos de construcción y una camiseta que decía: "Fernando, el Toro." ¿Qué clase de lugar era este? ¿Qué clase de resurrección era esta? ¿Quién era el gracioso detrás de todo esto?

El ángel continuó leyendo de su lista. "Sí, aquí está, después que hayas lavado platos por unos cuantos milenios, te toca ir a plantar árboles. Tienes también que ir a algunos planetas a hacer unos cuantos pozos. ¡Eres un hombre muy bienaventurado!"

"¿Bienaventurado? ¿Llamas a esto bienaventurado?" contestó Alfredo. "Estoy condenado a una vida eterna de trabajos forzados, ¿y tu me llamas bienaventurado?"

"Por supuesto," replicó el ángel. "Todos esos sermones acerca de servir a los demás y de ser esclavos de Cristo y que los primeros serán postreros..."

Alfredo interrumpió al ángel: "Después de todo lo que pasé-¡y ahora esto! Trabajé como un burro, pagué diezmo, di estudios bíblicos, asistí al culto de oración (asistí al culto de oración, ¿me oyes?), ¿y qué es lo que gano? 'Guarda tus tesoros en el cielo,' me decían. 'Hay una tierra mejor que nos espera,' me decían. ¿Y qué es lo que obtengo? Trabajos forzados, eso es lo que obtengo. ¡Yo creía que iba a reinar!"

"Pero... vas a poder estar con Jesús," tartamudeó el ángel.

"Eso es lo que yo quería," sollozó Alfredo. "Túnicas y coronas y un mar de cristal --no lavar platos..."

"Pero eso es lo que El está haciendo," clamó el ángel. "'En los asuntos de mi Padre me conviene estar,' dijo él. 'El que quiera ser el más grande de todos debe ser el siervo de todos.' 'Los primeros serán...'"

"¡Pero yo nunca creí que había que tomarlo literalmente!" sollozó Alfredo de nuevo. Después, sacudiendo su cabeza, dijo: "¡El Maestro del Universo lavando platos, pizcando espárragos, plantando árboles y cabando pozos!"

"Cabar zanjas --¿olvidé mencionar cabar zanjas?" dijo el ángel. "Bueno, no importa --lo mismo da. Oye, por supuesto que es trabajo duro. Trabajaste duro por El en la tierra; ahora trabajas duro con El."

"¡Pero las túnicas, las coronas, las calles de oro!" clamó Alfredo. "¿Dónde están?"

El ángel miró a Alfredo fijamente por un largo, largo rato. "Vas a poder estar con Jesús," dijo finalmente. "Vas a pasar la eternidad con Jesús. ¿No es eso lo que realmente querías?"

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