domingo, 24 de mayo de 2009

Una luz en Glei

El hospital en Glei, en Togo, una pequeña nación en el África occidental, parece ser el castillo de cenicienta, entre las casuchas que le rodean. El hospital fue construido con recursos proveídos por ADRA Suecia pero tuvo que ser cerrado por falta de pacientes y fondos.

Entran ahora en escena los doctores Edgard y Cristina de Oliveira, quienes fueron a Togo desde Brasil para aprender Francés en su camino a Rwanda. Mientras estaban en Rwanda dio la casualidad que se encontraron con el director de ADRA. Ese encuentro transformó sus vidas. Después de algunas peripecias burocráticas, los de Oliveiras fueron asignados a trabajar en Glei. Ahora el hospital seria una unidad oftalmológica especializada en la cirugía de cataratas.

Poco después de su llegada los de Oliveira recibieron un ultimátum de uno de los jefes. “El otro hospital prometió muchas cosas y nunca hicieron nada”, les dijo. “Ahora ustedes vienen y prometen hacer milagros. Porque lograr que alguien vea tiene que ser un milagro”. Esto sucedió el día anterior a su primer cirugía. “Si esa mujer no ve después de la operación”, les dijo el jefe, “hagan sus maletas y váyanse. No los vamos a querer más en Glei”.

Después de más de 1000 cirugías todos los jefes están contentos de tener el hospital. “Con cada cirugía que hacemos se liberan dos personas”, dice Edgard, “la persona ciega y la persona que tiene que cuidarla”.

El hospital tiene capacidad para 20 pacientes pero un pariente tiene que cuidarlos mientras están hospitalizados. Cuando visité el hospital una cocina estaba siendo construida y al lado de los cuartos de los pacientes había una serie de “volcancitos apagados” —lo que quedaba después de que cada familia cocinaba al aire libre.

Los doctores encontraron a una de sus mejores enfermeras vendiendo arroz al lado de la carretera. El farmacéutico, quien ha transformado la farmacia en un éxito financiero, lavaba los autos de los misioneros. “No tienen un diploma”, dice Edgard, “pero podrían trabajar en cualquier hospital del mundo”.

Una señora de 70 años que había quedado ciega hacia más de cuatro años fue operada por Edgard. Al terminar la cirugía —40 a 50 minutos— podía ver los dedos del doctor frente a su rostro. Fue sacada de la sala de operaciones en una camilla.

“Pueden caminar, pero quieren recibir todo el tratamiento digno de una operación”, dice Edgard con una sonrisa.

Su labor es tan efectiva que la gente viene de todos los países alrededor de Togo para ser atendidos. En Lomé, la capital de Togo, hay cinco oftalmólogos, pero la gente viaja 120 kilómetros para ser atendidos en Glei por Edgard o Cristina. “Ha habido ocasiones en las que hemos operado a diez personas. Cristina opera a cinco y yo opero a las otras cinco. Pero eso no es frecuente”.

Monique Bakkah, una niña de nueve meses de edad, nació ciega debido a cataratas. Será operada más tarde en la semana y podrá ver por primera vez. Va a tener que aprender a ver porque a esa edad debería tener una visión completa.

“Tendrá que usas lentes y ser operada de nuevo cuando tenga 15 o 16 años, pero va a poder ver sin ningún problema”, me dice Edgard.

La técnica que Edgard y Cristina han traído a Togo es muy avanzada. El hospital de Glei es el único que utiliza esa tecnología en el África occidental. Los oftalmólogos en Lomé usan una tecnología más antigua que requiere que los pacientes usen lentes después de ser operados.

Al día siguiente Edgard quitó las vendas de la anciana. “¿Puede ver la luz de las lamparas?” le preguntó.

“No”, le contestó, “pero puedo ver al hombre grande frente a mi. Ha de ser muy rico porque está muy gordo”. Eso hizo que todo el grupo se riera. Después empezó a bailar para todos nosotros. Estaba inmensamente feliz. Era demasiado para contenerlo.

Edgard y Cristina ven un promedio de 25 pacientes y 40 “controles” cada día. Los “controles” son personas que están bajo tratamiento o que han sido operadas en Glei. El viernes que estuve allí había más de 100 pacientes esperando ver a los doctores de Oliveira.

“Cuando fuimos a una convención en los Estados Unidos no hace mucho encontré a unos oftalmólogos amigos míos. Querían saber qué estábamos haciendo en África. «La acción para la oftalmología está en Brasil», me dijeron. «¿De verdad?» les pregunte. «Por supuesto», me contestaron. «¿Cuántas cirugías han hecho?», les pregunté. «Como nueve«, fue la respuesta. «¿Al mes?», les pregunté incrédulo. «No, no al mes. Al año». No quise decirles cuantas cirugías Cristina y yo hacemos al año. No me hubieran creído. Podríamos estar ganando mucho dinero en Brasil. Pero no hay nada como saber que uno es necesario. No hay nada como saber que Dios quiere que estemos aquí. Dios nos quiere aquí”.

La luz de Glei brilla llena de esperanza a través del ministerio de Edgard y Cristina y en los ojos de cada paciente que recibe la vista. “No sabemos cuando tiempo vamos a estar en Togo”, dice Cristina. “Tenemos que pensar en el futuro de nuestros hijos. Pero no queremos pensar en eso ahora. Hay mucho que hacer en Glei. Hay mucho que hacer en Togo”.

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Esto lo escribí hace ya más de diez años, cuando tuve el privilegio de ser testigo de los “milagros” que Edgard y Cristina hacían en Glei. Años después los vi de nuevo en Toronto durante la sesión de la Conferencia General. No he vuelto a saber de ellos pero me imagino que estarán de regreso en Brasil.

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