sábado, 12 de febrero de 2011

La Esperanza Cristiana

Los cristianos solo conocemos al Dios de la esperanza tal como éste se ha revelado en Jesús. Sin embargo, posee un estatuto epistemológico diferente. En su radicalidad última, la esperanza cristiana debe ser definida como una realidad escatológica que restituye la vida a las generaciones torturadas y sacrificadas. Tiene que ver con el destino final del hombre, con la posibilidad de que su muerte no lo reduzca a la nada. La esperanza cristiana intenta inscribir a la muerte en un marco de dramaticidad no absoluta. El evangelista Marcos dice que Jesús murió dando un «grito fuerte», pero invocando a Dios. Es precisamente lo que entendemos por dramaticidad no absoluta. En ultimo término, la esperanza cristiana postula un más allá que conjugue la ruptura con la continuidad. Espera la resurrección de los muertos. Y la espera como una nueva creación, libre ya de la negatividad que aqueja a toda realización humana; pero esa nueva creación tendrá a este mundo como referente último. Es decir, resucitarán los hombres concretos que han vivido aquí. Y resucitarán como hombres, es decir, como seres abiertos a la fe, la esperanza y el amor. El amor será lo más importante, como ahora. Pero una vida de la que estuvieran ausentes la fe y la esperanza no estaría en continuidad con el rostro que ha cobrado la vida en el planeta Tierra.

La esperanza cristiana se atreve a adentrarse en este universo de afirmaciones paradójicas porque cree que Dios ha resucitado a Jesús de Nazaret y que esa resurrección se hará extensiva a toda la humanidad. Pero es bien consciente de que ésa es su fe. Fe que intenta hacer plausible a todos, pero que no cae en la tentación de querer probar. El contenido escatológico de la fe cristiana no es un producto de la razón instrumental. De ahí que una excesiva familiaridad con expresiones como «resurrección de los muertos», «vida eterna», etc., dando por supuesto que su realidad es evidente, pueda empobrecer su contenido. Es mejor hablar de ellas con «temor y temblor». O no hablar. La última palabra la tiene aquí el misterio. Y el misterio ama el silencio.

Pero el cristiano piensa que, en tema tan central, no ha llegado aún la hora del silencio. Es necesario, como lo hicieron generaciones pasadas, seguir confiando en la palabra, a pesar de su ambigüedad y de su alcance limitado. Y, en el tema de la esperanza cristiana, la palabra se convierte en una inmensa evocación. Es la hora de dar la razón a Feuerbach, a Marx, a Nietzsche, a Freud, a Bloch, a Horkheimer… y a tantos otros: la esperanza cristiana, cifrada en una especie de reconstrucci6n total, de curación radical, de salvación serena y universal, de nuevo equilibrio sin exclusiones ni privilegios, es un inmenso deseo, un postulado de la razón práctica (Kant), una protesta contra la miseria real de este mundo (Marx). ¿Qué queda?, se han preguntado los hombres de todos los tiempos. ¿Quién garantiza nueva profusión de luz después de la obligada tiniebla del sepulcro? ¿Dónde buscar la necesaria motivación para la apuesta? (Pascal). ¿Cómo esperar contra toda esperanza? (Pablo).

Manuel Faijo, Jesús y los marginados, págs. 250, 251

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